Y cuánto tardas tú en escribir un artículo de entre 300 y 320 palabras?, pregunta un amigo. “Pues unos diez minutos”, le respondo, “pero lo que más tiempo tarda en llegar es la inspiración, porque no puedes contar todos los días lo mismo, sino que tiene que existir cierta sorpresa antes de la lectura”, le respondo. Otro lector sostiene que la principal cualidad de este pobre cronista de provincias es que la gente que me lee no tiene ni pajolera idea de lo que le voy a contar, al contrario de otros columnistas, que siempre hablan de lo mismo. He de tener mucho cuidado para que no se me vaya la mano con las quejas por mi propia carruchez, lo cual a veces me ocurre, porque al lector le cabrea que reitere mis achaques y mis lamentos por lo inexorable: que uno se hace viejo. Lo más que causa gracia y jolgorio al público en general es que traslade al puto folio lo de todos los días y últimamente no puedo, por la sencilla razón de que lo que con más frecuencia me ocurre en los últimos días es que me cago por las patas pabajo; y esto, además de escatológico, es un tema que avergüenza a servidor más de la cuenta, aunque servidor no haya conocido la vergüenza en su vida, como sostienen amigos y enemigos. Bueno, pues ya he dicho lo que me ha sucedido, espero que la fiesta se corte pronto para rehacer mi vida y volver a la normalidad. Alarcó, mi médico, está preocupado porque celebre sus próximos acontecimientos agradables con un delta caguil poco apropiado, pero esto no ocurrirá, porque iría con un tapón de garrafón de quince litros y haya miedo de que desbombe como el tipo del avión de Delta.