Su cabeza está activa y llena de recuerdos. Le gusta salir a pasear, come de todo y le encantan los pesois (guisantes) y los garbanzos, no se queja de nada y conserva el buen humor pese a que no condice con su imagen, la de un señor serio y rígido.
El 10 de agosto Pedro Bernadás cumplió 107 años y lo celebró junto a Mirta y Vicente, su familia elegida y con la que vive en Tenerife desde hace nueve años, en el núcleo del Toscal- Longuera, en Los Realejos.
Natural de Badalona, en Cataluña, la primera vez que llegó a la Isla, hace varias décadas, lo hizo como turista junto a un médico amigo valenciano y desde entonces comenzó a viajar cada vez con más frecuencia, motivado por el buen clima, y años después de jubilarse, se instaló definitivamente.
Su decisión está íntimamente vinculada con Mirta, la mujer de origen boliviano que lo cuida desde hace 19 años y lo seguirá haciendo hasta el final de sus días de manera incondicional. Se lo prometió a su madre y al señor de los milagros de Lima, en Perú, patrón de los peruanos residentes e inmigrantes, cuya imagen es considerada milagrosa. Tanto Mirta como “el doctor”, como ella lo llama, la llevan siempre encima.
Mirta conocía Tenerife por la radio, cuando escuchaba la famosa frase una hora menos en Canarias, creada por José Antonio Pardellas, y por el accidente en Los Rodeos, así que cuando Pedro le propuso que lo acompañara en uno de sus viajes, no lo dudó. Vinieron muchos más y en uno de ellos Mirta conoció a Vicente, su esposo, un chófer jubilado de la empresa Titsa. Comenzaron a salir y antes de contraer matrimonio se lo consultó al médico quien le dio el visto bueno, como si fuera su padre. “Vicente es un buen chico”, dice.

Mirta había hecho la promesa de no dejar nunca a Pedro y por eso cuando la pareja compró el piso le propuso vivir con ellos y “actualmente formamos una familia”, subraya este último.
Viajan juntos -llegaron hace un mes de pasar cinco días en La Gomera-, salen a pasear, a comer, porque al “doctor” le gusta mucho el movimiento y la gente y no se pierde ningún tenderete. También van a misa, porque los tres comparten una fuerte convicción religiosa.
Le entretiene el fútbol aunque nunca ha sido apasionado de ningún equipo. “Si gana el Barça, mejor”, apunta. El fanático es Vicente, con él mira los partidos, y cuando no está, aprovecha para hablar con Mirta en catalán, una manera de conservar el idioma y “trabajar” la cabeza.
En la casa se entremezclan los recuerdos y las fotos de los tres y sus familias respectivas familias. Los hijos y los nietos de Mirta, María Rosa, la esposa de don Pedro, y hasta un pequeño plato de cristal con la imagen de los reyes de España, Felipe y Letizia.
A sus 107 años Pedro Bernadás es un enamorado de la vida. Asegura que no tiene secretos pero sí una fórmula para conservarse. Poco alcohol, poco tabaco y una sola mujer, “porque son todas iguales”. En su caso fue María Rosa, a quien le encomienda todos los domingos la misa de las doce del mediodía en la iglesia de la Peña de Francia, en el Puerto de la Cruz. Con ella tuvo dos hijos, una mujer y un hombre, que llevan sus mismos nombres.
El otro gran amor de Pedro ha sido y es la medicina, una profesión que siempre ha vivido con una gran pasión y a la que ha dedicado gran parte de su vida.
Era un joven estudiante de 20 años cuando fue llamado a filas. Vivió la Guerra Civil en el pueblo de Hita, Guadalajara, en la zona republicana, donde trabajó en la retaguardia como camillero. “Yo siempre voy con los que pierden”, apostilla.
Estuvo dos años “obligado” porque no le quedaba otra opción: O se presentaba, o se escondía, y como “nunca se escondió de nada”, eligió lo segundo.
Trabajó en el hospital municipal de Badalona, tuvo una consulta privada, fue inspector de una mutua, y testigo del nacimiento de la Seguridad Social. Su trabajo era de nueve de la mañana a nueve de la noche. “Apenas tenía media hora para comer”, cuenta, y siempre la comida fuerte la hacía por la noche, cuando regresaba a su casa después de recorrer a pie largos trayectos para llegar a los domicilios.
Nunca hizo distinción de clases sociales y tampoco le negó la atención a ningún paciente, pero siempre prefirió tratar con “gente sencilla, porque tiene menos pretensiones y agradece mucho más”.
Llegó a tener más de mil cartillas y hubo un momento en el que le dijeron que tenía que rebajarlas y quedarse con menos enfermos a su cargo.
Pedro ejerció la medicina durante 40 años y nunca tuvo una baja laboral. “He vivido de los enfermos pero nunca fui uno de ellos”, afirma orgulloso.
Desde hace unos años sufre de ciática que le repercute en le pierna derecha y tiene un poco de sordera. “Normal, a esta edad, algo tenía que tener”, bromea. Repite a cada instante que no va al médico, presume de tomar solo paracetamol y tramadol, y de vencer a la COVID-19 a pesar de haber estado ingresado una semana.
“Las personas religiosas me dicen de broma que Dios no me quiere allí”, sostiene. El sentido del humor no lo pierde en ningún momento y aunque los chistes que contaba antaño no le vienen inmediatamente a la cabeza, basta un apunte de Mirta para recordarlos.

Una familia longeva
El doctor muestra orgulloso un álbum de fotografía digital, regalo de un sobrino cuando cumplió cien años, en el que también se puede ver a Mirta y Vicente. Mientras pasa las páginas, relata la historia de su familia, también longeva como él.
Su madre, Dolores Mújica, alcanzó los cien años. Era argentina, de la ciudad de Rosario, y vino a España a visitar a un familiar. “Viajó en barco durante un mes y llegó a Barcelona”, donde conoció a su padre, Benito Bernadás, que vivió hasta los 95 años, y ya no regresó a su país.
Pedro tuvo dos hermanos que ya han fallecido, Margarita y Benito. Se detiene en una foto y señala a su cuñado: “era italiano y se llamaba Olimpio”. Al terminar, muestra una servilleta de color verde claro que su madre le preparó con sus iniciales en el ajuar de su boda. “Había un convento de monjas adoratrices en Badalona que se dedicaban a bordar. Cuando se casaba algún integrante de las familias que las visitaban y con las que tenían relación, le encomendaban el ajuar, y el tejido era de la fábrica de mi padre”, dice.
Como buen catalán, a Pedro Bernadás le gusta el cava, pero nunca ha sido bebedor. Eso sí, toma siempre una copa pequeña de vino en el almuerzo y un chupito de Anís del Mono, “cuya fábrica está en Badalona”, recalca, o de ruavieja.
Pedro no nos deja ir sin compartir con él “una copita” para brindar, aunque haya pasado más de un mes, por la vida, por sus maravillosos 107 años. Antes de beber pide un deseo: “Deseo que vivan tanto como yo”, y tras chocar las copas, añade riendo: “Y que yo los vea”.
El ‘doctor’, Mirta y Vicente forman un trío inseparable, una familia ‘elegida’
El doctor, Mirta y Vicente se han convertido en un trío inseparable, una familia que ellos mismos eligieron formar. Hoy, después de 18 años a su lado, Mirta no solo es su cuidadora, sino su guía, su voz y su confidente. Y lo será hasta el final porque así se lo prometió a su madre y a ella misma. Está dedicada a su trabajo las 24 horas los 365 días del año y lo hace con el mismo amor con el que Pedro ejerció la medicina.