El otro día tuve la oportunidad de saludar brevemente a Jorge Valdano. La noche que vino Jorge a Tenerife cené con él, Ángel Cappa y Javier Pérez en la pizzería Da Gigi. Le pregunté si el Tete necesitaba un sicólogo más que un entrenador, porque iba fatal de moral. Y quien me respondió fue Cappa: “Yo soy el sicólogo”, me dijo. Ha sido Carmelo Rivero, con mucha más memoria que yo, quien ha recordado en estos días, oralmente y por escrito, los éxitos deportivos de aquel dúo argentino. Con Valdano hicimos una pequeña gira a Buenos Aires, pateamos Europa y nos enfrentamos a la elite en la UEFA. Me cabreé mucho cuando se fue al Real Madrid y se lo dije el otro día en Los Limoneros; a lo que él me respondió que si lo había perdonado. Claro que sí, porque ahora lo entiendo, entiendo que para un madridista -como somos ambos- existen ofertas que no se pueden rechazar. Valdano siempre respondió a mis requerimientos de colaboración: escribió para el libro que yo edité para el C.D. Tenerife y para otro, que también edité, como homenaje póstumo a Javier Pérez, el hombre que quiso tocar el Cielo. Pérez lo logró, pero la cruel enfermedad se lo llevó antes de que pudiera digerir al menos su apuesta futbolística. Esta condecoración que el Tete ha entregado a Jorge Valdano es absolutamente merecida, la insignia de oro y brillantes del Club. Ya está premiada su trayectoria, su hombría de bien, su amor por unos colores. ¿Que se fue al Real Madrid? Claro, porque fichó por el mejor equipo del mundo y a esa llamada no hay madridista que pueda resistirse. Sí, Carmelo, Valdano, sueños de fútbol. De fútbol y de gestas futbolísticas, en unas condiciones tan adversas. ¡Y jugando bien!