tribuna

No estamos solos

Andrés dice que no le hacen caso. Cómo vaseleso. Hombre, yo creo que algo de caso sí le hacen. En el periódico publican sus artículos y la gente los lee. Hasta Chago Ledesma dice que son los mejores. Nos quejamos por quejarnos. La tendencia de la vetustez es encerrarnos en casa, y cortando con la calle nos convencemos erróneamente que es la calle la que corta con nosotros. Las redes sociales nos descubren lo que somos cuando comprobamos la edad de los que nos siguen, pero no nos engañemos, también nos leen los jóvenes y los masoquistas, a los que no les gustamos nada y no se atreven a decírnoslo. Lo de Andrés es pesimismo de un día. El efecto de una melancolía pasajera que se quita con una comida fuera de casa, a ser posible en Los Limoneros. La soledad es muy traicionera, Andrés, y el espejo también. Luego está lo de que las capillitas no te quieren. En realidad eso nos pasa porque nosotros nunca las hemos querido a ellas. Se trata de algo mutuo, y del arancel que hay que pagar para andar por la vida sin comprometerse con nadie, libres e independientes sin atender a la lectura de tantas cartillas como se publican cada día. Eso nos salva, Andrés. Además, esto de escribir es cosa de carrozas. Los jóvenes están en otras cosas. Empeñarse en seguir siéndolo eternamente es una ridiculez. Ya no podemos levantar pesas en el gimnasio ni hacernos tatuajes, pero el coco sigue funcionando como un tiro. Sin embargo, esto no es más que un espejismo. Cada día hay más jóvenes que escriben. Yo lo sé porque formo parte del jurado de un premio literario. De lo que sí me doy cuenta es de que la mayoría pretenden escribir un best-seller para hacerse ricos y famosos de la noche a la mañana. Nosotros, Andrés, hace tiempo que pasamos de eso. Escribimos porque nos gusta o porque lo hemos convertido en una necesidad. La fama no significa nada. Eso que tú llamas no hacernos caso. Hace unos días leía un articulo de Manolo Vicent sobre el anonimato. Contaba cómo Pío Baroja iba por la Gran Vía sin que nadie lo saludara, y tenía un montón de novelas publicadas. Hoy existe un mundo, secreto y misterioso, para acreditarte sin que te des cuenta. Anda de la nube a la pantalla y viaja a la velocidad del rayo. Como no lo vemos creemos que somos anónimos, pero no lo somos. Hace unos meses fui a comer a un sillao, en Madrid, con mi hermano y mi prima Asun Fajardo. A la salida, el dueño me preguntó mi nombre, y cuando se lo dije contestó: “Ah sí, el escritor”. El primer sorprendido fui yo. Cuando salía en la tele todas las semanas era frecuente que me pararan por la calle diciéndome: “Yo le conozco a usted de algo”. Todavía lo hacen. La televisión tiene eso. Por este motivo me sorprendió que el dueño del sillao me reconociera como escritor. Eso pertenece a un mundo etéreo y difuso, donde tu imagen no se muestra persistente cada día dentro de las casas de la gente. Entonces pensé que si alguien te lee acabará conociéndote mejor que el que ve tu rostro de presentador repetitivo reflejado en el plasma. No es verdad que no nos hagan caso, Andrés, es que nos resulta difícil comprobarlo. De todas formas, no estamos solos. A pesar de que el teléfono no suene y pongan pocos likes en nuestros escritos seguimos estando aquí. Además tú tienes a tu perra.

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