Por Rafael Torres.| Del cielo les llegó la muerte como desde el mismísimo infierno: a los jóvenes que cantaban y bailaban en la “rave” del desierto de Neguev, de mano de los monstruos llegados en parapentes; a los niños de Gaza, por las bombas escupidas contra ellos en la noche. Terror de ida y vuelta. Todos esos cadáveres civiles, destripados, agujereados, rotos, desvelan mejor que cualquier análisis geopolítico la naturaleza del conflicto, cuya hoguera lleva cien años alimentándose con los miles y miles de cadáveres anteriores, siniestra llama votiva en permanente recuerdo de la criminalidad. Hoy ésta, la criminalidad, está repartida, pero las víctimas son las de siempre. Al repulsivo ataque de Hamás contra civiles israelíes, cazando familias a tiros, linchando prisioneros y torturando rehenes, sucede la precisión de las bombas de Netanyahu, tan precisas que revientan familias, y prisioneros y rehenes, pues eso son, en puridad, los habitantes de la Gaza encerrada, circuida de muros, de vallas, de interminables madejas de alambre de espino. No se trata de establecer, por imposible, equidistancia ninguna: los dos terrores, los dos terrorismos, son el mismo, no hay distancia entre uno y otro que permita situarse en medio. Todos sabemos de qué va la guerra continua de Oriente Medio, su violento origen y sus violentos episodios recurrentes, de la guerra de los Seis Días a la de Yom Kipur, de Sabra y Chatila a la Olimpiada de Múnich. Conocemos el despojo de la tierra palestina, las siempre incumplidas resoluciones de la ONU, los débiles intentos internacionales de mediación, el artero uso de las religiones, el avivamiento del fuego por la intrusión de las potencias mundiales y regionales, el derecho de los palestinos a su soberanía, el de Israel a la seguridad y la desproporción de las fuerzas, pero todo eso y más, agitado locamente en el coctelera del odio, lo que produjo, produce y producirá es un chorro infinito de cadáveres. Cientos de ellos, de civiles como casi siempre, sarpullen el desierto de Neguev y los escombros de Gaza en ésta pesadilla recurrente, en éste terror de ida y vuelta.
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