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Total, ¿qué más da?

Qué más da? Ha venido el emérito a España y su hijo no lo ha recibido. El rey nuevo parece que tiene otras cosas que hacer. Deberían, los dos, darse una vuelta por El Escorial y visitar el pudridero, donde se consumen para la posteridad los cuerpos de sus antepasados antes de que, puros huesos, ingresen en los definitivos panteones dorados. Hasta los reyes se mueren. El hoy emérito se plegó a las exigencias de Franco, en contra de los derechos legítimos de su padre, don Juan. Es decir, que los Borbones se traicionan unos a otros, sin solución de continuidad. Yo creo que la monarquía española vale para lo que vale; es decir, para mantener el equilibrio de los políticos, plebeyos, correosos y ambiciosos. Pero últimamente traicionan sus propias normas: se casan con plebeyas divorciadas, cobran comisiones, mantienen querindangas rubias y extranjeras. Claro que las aguas no sólo están revueltas en España. Hasta en el Vaticano, que otrora era un remanso de intrigas, aunque esta expresión pueda constituir un oxímoron, cinco cardenales se rebelan contra el papa Francisco, al que sus enemigos tachan de comunista. Yo creo que lo es. ¿Y qué más da? El papa también se muere y como se porte mal va al infierno, que sólo conoce el Dante, porque yo no creo en esas zarandajas. Entre reyes y cardenales está el pueblo. El otro día le escuché a un director de cine algo parecido a esto sobre la clase media española: “Se pelea consigo misma, no quiere convertirse en clase baja y tampoco consigue ascender a la aristocracia”. Es verdad, hasta en eso somos una mierda. Corren malos tiempos, aunque siempre decimos lo mismo, siempre andamos con los tiempos difíciles a cuestas. Queda poco para comprarnos un televisor nuevo y pasearlo por la acera, para envidia del vecino. ¡Llega la Navidad!

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