por qué no me callo

Los árboles y los coches

Necesitamos más arboles y menos coches. Es la proclama del poeta y documentalista Cyril Dion, que recuerda a aquel “haz el amor, no la guerra”, de la contracultura americana de los 60. Coches y árboles son dos temas de conversación en la isla, donde al millón de habitantes replica el millón de vehículos que colapsan las autopistas como el cuento de Cortázar, La autopista sur.

El real-fantástico argentino ideó un atasco en su relato, hace 60 años, un embotellamiento entre Fontainebleau y París idéntico a nuestros caos circulatorios de esta última década. A tal punto que Jorge Berástegui narraba en El País, en 2019, una escena cortazariana en la que un personaje (auténtico) se mudaba a un apartamento de El Sauzal con una terraza mirando al mar desconociendo que tardaría 45 minutos en recorrer 12 kilómetros hasta su trabajo, y otro madrugaba antes de que saliera el sol para evitar la cola desde su casa en el Puerto de la Cruz, pensando en dormir una hora en el coche antes de entrar al curro a las 08.00 de la mañana. En su crónica verídica, “a Eva le da por soñar entre atascos con una rebelión de conductores que ponga fin a su suplicio cotidiano”, escribía el periodista tinerfeño. Cortázar hizo una dramatización de la psique colectiva cuando un atasco nos sorprende en la carretera un domingo cualquiera y comprendes de golpe el sentido monstruoso de la vida, viendo morir o suicidarse a alguien en mitad del desastre, la pérdida de la paciencia, la comida, el agua y la esperanza al cabo de días atrapados sin aliento, en los que, incluso, nace una fugaz historia de amor fruto de la incertidumbre.

Se ha hablado mucho del daño psicológico que han ocasionado los asiduos atascos en las vidas de los tinerfeños a lo largo de este siglo XXI. En nuestras circunstancias, conviene leer el cuento de Cortázar, como releer aquella novela de Saramago, Ensayo sobre la ceguera, a la vista de la ofuscación que rige el mundo de guerra en guerra y tiro porque me toca. A los árboles (ayer cortaron el tráfico para podar uno semiherido en la Rambla) ya los habíamos traído a colación desde julio, a raíz de los ejemplares que se habían suicidado en el bosque municipal de nuestra ciudad desmantelada, hasta que en octubre se vino abajo aquel flamboyán del Paseo de las Tinajas, que pareció evitar conscientemente aplastar al kiosko y dañar a alguien, y poco después se repitió la historia, como en esos decesos de verdad. Ante la alarma, el Consistorio va a chequear con el fonendoscopio los 800 árboles y 70 palmeras que tiene censados, en medio de la consternación por la joven biomédica abatida días atrás en un semáforo de Madrid por un olmo siberiano de dos toneladas bajo la ventolera de Ciarán.

Los árboles caídos y la invasión de coches parecen querer decirnos algo. Según Cyril Dion, director de cine ecologista y activista ambiental que llevó a Francia a juicio por inacción climática (el caso del siglo), nos hemos dormido en los laureles, hemos cruzado seis de los nueve límites planetarios y ya es tarde para mantenernos por debajo de los 1,5 grados. Se nos pasó la hora y los minuteros avanzan hacia la medianoche, que dirían los científicos atómicos de la Universidad de Chicago. Los árboles y los coches nos están hablando, pero no les hacemos puñetero caso.

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