Pasando de hurtadillas por la recurrente y manida frase atribuida a fray Luis de León, “como decíamos ayer”, aquí estamos de nuevo por La claqueta, a la que tenía abandonada, muy abandonada… Damnatus pandemic. Y que mejor que reanudar estas reflexiones cinematográficas que con una película, de esas que a priori tanto encantan y que solo se pueden ver (se deben ver) en pantalla grande, en el cine, vamos, como mandan los cánones. Napoleón resulta una cuidada y fastuosa producción, acorde con la grandeza del personaje y con el preciosista estilo del ya octogenario Ridley Scott, uno de los directores contemporáneos fundamentales a pesar de algunos altibajos en su carrera, pero con varias obras maestras en su buchaca. La historia en mayúscula siempre tiene hueco en la filmografía del realizador británico y siempre la aborda desde su particular punto de vista: con cierta laxitud y relajación en cuanto a los hechos históricos narrados, por mor, se supone, de las licencias propias de la creatividad en detrimento del rigorismo. Nada que objetar: es un director de cine, no un historiador. Ahí tenemos el peplum Gladiator, 1492: la conquista del paraíso o El reino de los cielos, por citar unos ejemplos. En Napoleón vuelve a caer en los mismos pecados (esos cañones, Ridley, disparando a las Pirámides…), meras anécdotas que nada rebajan las excelsas prestaciones visuales de un filme que se centra en exclusiva -y ahí flaquea- en recorrer de forma paralela el ascenso del Gran Corso y su tóxica relación con Josefina, su primera esposa, en la piel de una convincente Vanessa Kirby. Sin embargo, su decidida apuesta por encuadrarlo todo al socaire de la epopeya bélica y de las cuitas de un fallido matrimonio, con un somero e insustancial acercamiento a la poliédrica personalidad del pequeño general, interpretado por un contenido Joaquin Phoenix, elude aspectos sumamente interesantes y capitales de la figura de Napoleón, como escarbar en sus alicientes revolucionarios y políticos. Está claro que Scott, que no es la primera vez que visita la época napoleónica, recordemos la genial Los duelistas, prefiere la grandilocuencia a sacar a flote las motivaciones megalómanas de un señor que tuvo a Europa a sus pies. Y por ese camino su Napoleón no convence lo suficiente.