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San Andrés

Ayer, día de San Andrés, fue mi santo y no recibí un solo regalo. Nadie regala nada ya, con lo bonito que era que le llenaran a uno la casa con paquetes de cosas inútiles. Se regala más en los cumpleaños, pero tampoco se tira la casa por la ventana. A mí me encanta regalar cosas y que me regalen, pero la costumbre se está perdiendo y estas Navidades sólo recibiré la agenda de Cajasiete, que no digo yo que no sea práctica. Daban gloria aquellos regalos de CajaCanarias y los de otros bancos, cuando uno era alguien: que si un boli Dupont de oro, que si un cuadro de Pedro González, que si unos gemelos de plata con la cabeza del caballo de Dalí. Aquellos sí que eran tiempos, no estos de mierda en los que nadie se rasca el bolsillo. Cajas de whisky etiqueta negra que entraban por ese zaguán y jamones pata negra de Joselito. Una vez se cabreó conmigo mi amigo Martín García Garzón porque todo el mundo escribía en la pared de su comedor de tenderetes frases elogiosas y yo le puse: “Los chorizos Montesano/se fabrican con el ano”. Cogió tremendo rebote, y con razón, porque no eran formas aquellas, las de mis tiempos de enfant terrible, pero ya Martín va a vender una parte de su negocio, así que supongo que se le habrá quitado la cabreadura. Ayer celebró Juanito Pelayo, el de Egatesa, un ágape en su negocio, pero a mí no me invitó. Creo que fueron más de cien personas, mucho mago y mucho político, que viene a ser lo mismo. Ahora queda el cumpleaños de la carabina de Ambrosio, que tiene la costumbre de pelearse en octubre con todo el mundo para invitar en noviembre al menor número de personas posible. Cosas de descamisados.

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