después del paréntesis

El diablo

Fui Lucifer, la luz creada, la luz manifiesta, la constatación de lo absoluto, el más lúcido, el ángel más próvidamente hermoso y el más sabio de todos los querubines acreditados por la divina gracia de mi Dios; yo, el ser que al lado de mi Señor se sentó.

Ahora comparezco ante los celestiales y ante los mortales como el demonio. Soy la entidad que destrozó punto por punto su propio resplandor. ¿Por qué obré de ese modo?, se preguntan los que me conocen y los que me temen. Ante mi divino Dios, aunque Él lo sabe todo, he de referir la respuesta; como una de las entidades de cuantas mi Dios creó he de afrontar, por la responsabilidad con la que Él nos ilustró y el juicio con que nos aleccionó, he de afrontar la sentencia.

No es porque estuviera cansado de permanecer al lado de mi Dios, no es porque dejara de estimar la suprema sutileza del Hacedor, no es porque no gozara ya de su compañía y el radiante delirio que me transmitió, eso que ningún ser que se precie podrá negar; no es por eso. ¿Qué aconteció? La sustancia de la Creación no se ha de mostrar siempre “ab aeternum”, siempre unilateral. Eso mi Dios lo pensó. Pensar que es otro regalo sempiterno y por pensar, Altísimo, hube de actuar.

Volví la vista a los hombres que mi Dios creó y a los hombres que mi Dios comprendió. Comprendió mi Dios que el tiempo a Él, Glorioso, no trata y a los hombres los define; descubrí, porque la obra de mi Dios se adhiere a la íntegra labor de descubrir, descubrí que ante los mortales los espejos dan cuenta de la perdición, y aprendí que, por ello, los nacidos se conceden el derecho del revés, explican que el negro no complica al blanco sino que lo asegura. Luego, lo que la celebérrima Creación da a entender es que el esplendor de mi Dios es único, solo alcanzado por sí; o lo que es igual, los nacidos frente a la Divinidad para revalidar. Y yo en el universo lumínico a expensas de lo recto y de lo acabado.

El entendimiento, lo percibido, se fortaleció y decidí. Si en el orbe terráqueo lo disímil es lo que se aprecia, en el orbe celestial asimismo habría de aniquilarse la intratabilidad.
No tanto por dar sentido a mi Dios, como hacen los hombres por adorarlo o alimentarlo; eso no, la cuestión es que la magna y portentosa obra de mi Dios obliga a admitir lo que lo coteja: completar su inigualable exactitud. Y ese resultó ser mi destino, el inigualable destino que proveyó mi Dios, como Judas dio sentido a Jesucristo cuando lo traicionó y mi Cristo murió.
Eso acaeció: la consigna de mi fatalidad, el reverso de mi Dios para probar a mi Dios. Eso soy yo, en negro y en maligno. Dios me lo concedió.

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