Hace justo 18 años me tocó la desagradable tarea de tener que redactar la esquela de mi hermano pequeño, Nico. Ahora, el destino me enfrenta a una tesitura parecida: tengo que escribir este obituario a otro hermano, Fran Domínguez, amigo, colega y compañero de fatigas en mil batallas de papel. Nos llamábamos “hermanos” porque nos sentíamos así, con una vieja relación personal que se remontaba incluso a la amistad que unió a nuestros padres, Francisco y Miguel, compinches de mil partidas de dominó en el bar Parada. Fran era un hermano para mí, pero también para todos los demás compañeros del DIARIO, porque era un tipo extraordinario al que tenías que querer, aunque fuera un fanático del Real Madrid (Yo, como sufrido culé, evitaba discutir de fútbol con él). Había que quererlo porque era todo humanidad: simpático, jovial, cariñoso, generoso, encantador, divertido, comprometido, trabajador, riguroso -a veces hasta extremo insoportable-, culto, bondadoso…y, para colmo, era guapo, un galán de cine. Pero, con todo eso, yo destacaría una cualidad principal: era un hijo excepcional. Siempre vivió por y para sus padres, Lala y Francisco, y su hermana Mili. Hasta el último momento se desvivió por atender las necesidades médicas y de cualquier tipo de sus progenitores. La muerte reciente de su padre, que coincidió fatalmente con el arranque de su problema de salud, fue un duro mazazo que Fran encajó con la valentía y la entereza de un campeón y la inestiable ayuda de su pareja, Lucy, una gran mujer a su altura. Antes de irse, Fran dejó solucionados los engorrosos trámites de la pensión de viudedad de su madre. A partir de ahora, ellas y todos lo que disfrutamos de la amistad de Fran Domínguez, ya nos sentimos inconsoladamente huérfanos. Todavía no somos capaces de asimilar lo que ha sucedido. Es una pesadilla incomprensible, una tragedia cruel e injusta que ha maltratado con saña a un ser humano excepcional que merecía una segunda oportunidad, por él y por los suyos. Las mala suerte se cebó con él y nos ha dejado huérfanos para siempre del hijo modélico, del compañero leal, del profesional brillante y del amigo inolvidable. Buen viaje, hermano.