Cuando Juan-Manuel García Ramos nos convocó a Lorenzo Olarte y a mí en su casa lagunera, para que hiciéramos las paces, Lorenzo se mandó un plato de jamón en un plis/plas y el profesor tuvo que reponer existencias no sé si dos o tres veces. Ahora Mercedes, la mujer de Juan-Manuel, me recuerda que yo no me quedé corto, porque consumí varios platos de almendras tostadas, en el mismo acto. Me pasé media vida enfadado con Lorenzo y la otra media siendo amigo suyo. De esta última guisa, o sea siendo amigos, terminamos y viví con él buenos ratos. Ahora ha muerto, tras ganarle el pulso varias veces a la parca. Y ha fallecido siendo pobre, una señal inequívoca de que en sus muchos años en política no metió nunca las manos en la cesta de las manzanas prohibidas. Era un buen hombre, que no pudo disfrutar de una posición desahogada porque algún idiota ha estimado que los ex presidentes canarios no tienen derecho a una paga vitalicia, como sería normal, o a un cargo remunerado en el Consejo Consultivo, como ocurre -Consejo de Estado- en el Gobierno central. Cuando el Parlamento debatió, en una sesión surrealista, si el influyente periodista Andrés Chaves extorsionaba a políticos canarios, Lorenzo Olarte fue el único que dio mi nombre sin cortarse un pelo, porque ninguno de los demás diputados se atrevió a hacerlo. Naturalmente, aquel disparate quedó en nada, porque el surrealismo está bien para plasmarlo en cuadros, esculturas y novelas, pero no en una tribuna pública. Un abrazo a María y a sus hijos, creo que ocho, que están llorando su muerte. Fue una buena persona, un buen padre, un buen esposo y un gran político. Otro día les cuento cuando se tiró al agua en calzoncillos para hablar en el mar con Adolfo Suárez.