En Taganana comíamos lo que plantábamos. A finales de los años 50 y comienzos de los 60, todavía las Islas no habían abrazado el turismo como motor económico, ni estábamos en Europa ni se nos pasaba por la cabeza.
Las tractoradas han traído a la memoria los tiempos del auge agrícola y consignas más recientes como la soberanía alimentaria, que ahora se nos antoja utópica. Pero al levantar esta alfombra, el polvo de los ecos de antaño y estos malos augurios nos interpelan, y no tenemos las respuestas.
Había miedos españoles y cierto conformismo, en contraste con una rebeldía existencial que provenía del exterior. Pero el actual pasotismo social y un juvenil desinterés político dan escalofríos. No hay gatopardo encerrado esta vez: si todo cambia, nada será igual. Y está en juego la libertad.
Los dos períodos, de ayer y hoy, tienen en común el clímax, donde se da un punto de inflexión, hay un antes y un después. Como en aquella famosa frase de Flaubert: “Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre”.
Habían caído el nazismo y el fascismo, y se imponía, por tanto, la reconstrucción de un mundo en ruinas. Aun la España franquista, rezagada en esa clase de reloj, tarde o temprano, se iba a incorporar al proceso histórico en marcha. De manera que era como un salto evolutivo entre lo que acababa y lo que empezaba. Y la de ahora, en el umbral de 2025, es otra pausa sin paraguas, bajo la amenaza de la disolución de la OTAN y la tensión con Rusia. Europa está sola, que diría el novelista francés.
En aquella época se consideraba que había pasado lo peor (una guerra civil y una guerra mundial) y que lo venidero sería promisorio. Ahora las guerras no han concluido todavía y el horizonte electoral de 2024 en Europa y en EE.UU. es espeluznante. La cadena de acontecimientos, la recesión, la pandemia y los conflictos de Ucrania y Gaza, parecen llamarse unos a otros. ¿Qué será lo siguiente? No hay señales consoladoras.
Es un momento abrumador, que ni pintiparado para demagogos simplistas. La inmigración (como está África, va a seguir en aumento, y Canarias debe estar preparada) ha sido la gasolina de la ultraderecha. Si bien la guerra de Zelenski aglutina, en su bienio, a un amplio espectro ideológico, desde la ultraconservadora italiana Giorgia Meloni hasta la socialdemocracia europea, la de Netanyahu divide ásperamente a la izquierda y la derecha, entre las denuncias de genocidio de Sánchez y el silencio genuflexo de Feijóo.
Trump y Abascal se reúnen y piropean antes de que se vote en las dos orillas. La ultraderecha de occidente y la que gobierna en Rusia no difieren y acaso pronto el mundo sea suyo. Un mundo en manos de líderes que manipulan a la opinión pública con tecnología inédita, que descreen de la democracia, niegan el cambio climático y se rearman hasta los dientes. Si el diablo viste de Prada, este año será su pasarela.
No sé si tenemos esperanza. Pero es lo último que se pierde.