¿ Por qué nos cuesta tanto apartar la vista de Rusia? La muerte del opositor Navalni “en extrañas circunstancias”, valga decir, en la prisión del infierno polar donde Putin lo tenía en la mirilla y la noticia de que Rusia posee un arma secreta nuclear para apuntarnos desde el espacio aumentan esa fijación. El resto de esta columna es la trama Trump, la que se avecina, y un síndrome de isla: ¿es cierto que la OTAN no nos defendería a los canarios, pongamos por caso, si somos atacados bajo un nuevo mandato de este malandro en 2025? Trump y Putin bailan un vals sobre cadáveres. El yanqui es como un producto de ininteligencia artificial fuera del control humano. Y ya ha empezado a soltar disparates, cosas de rebenque, que decimos en Canarias. Amenaza con que en la OTAN el que no paga lo que debe es un “delincuente” y no será defendido si le atacan. Nos podrían invadir (como en aquellas frustradas operaciones Félix y Pilgrim de Hitler y Churchill, tan manidas) o asaltarnos un islote con banderas y tiendas de campaña como en la memorable trastada marroquí en Perejil que desató la guerra de Aznar y Federico Trillo “al alba, con tiempo de levante”. A juzgar por lo publicado, la OTAN de Trump miraría para otro lado. Y todo depende de qué presidente elijan los norteamericanos dentro de unos meses en un alarde de gerontocracia. No son ganas de asustar al personal en la piñata de Carnavales, sino aceptar que estamos advertidos por no cumplir con el requisito de gastar el 2% del PIB en Defensa, ahí es nada. El adiestramiento este mes de las unidades del Mando de Canarias en Zaragoza para preparar a los batallones es ajeno a esta conjetura cuasi cómica. España ha mejorado sustancialmente su factura militar desde 2018, pero no prevé ese tope hasta, por lo menos, 2029, y no es el único país de la OTAN en números rojos. Si se impone el discurso zafio de “que cada palo aguante su vela”, ya saben los novios potenciales de la vecina África que estaremos, por lo visto, con las vergüenzas al aire. España sería como Ucrania, un país sin el paraguas atlántico. Trump juega a los dados como un balarrasa y sueña con disolver la OTAN, a sabiendas de que su amigo del Kremlin se lo agradecerá. “Tonterías”, coinciden varios dirigentes, pero este pollo no nos coge desprevenidos; ya se las gastaba así cuando pisó la moqueta de la Casa Blanca. Y Europa pensó en montar su propio arsenal, pero llegó Biden y no hizo falta. El puzle se complica desde hace unas horas al trascender que Rusia amenaza con emplazar armas nucleares en el espacio para atacar satélites enemigos o volarnos la cabeza. Y EE.UU. admite que no cuenta con una réplica semejante. Están preocupados, han tocado a rebato. Todos recordamos la idea de la guerra de las galaxias de Reagan en los años 80. Europa vuelve a verle las orejas al lobo, y Borrell, el profeta de la Brújula Estratégica para reforzar la seguridad de la UE, cumple ahora su mandato y acaso regrese a España tras las elecciones en el continente. Si obtienen mayoría los euroescépticos, la UE, un club septuagenario tras la Segunda Guerra Mundial, entraría en pánico. No es coña. Puede pasar. Todo lo que está por suceder (para mover las agujas del reloj de Einstein hacia la medianoche) ocurrirá dentro de nada. Hay dos fechas para hacernos una idea del iceberg de este Titanic: las elecciones europeas en junio y las de EE.UU. en noviembre. De manera que estamos en la antevíspera del gran escenario de 2025, la frontera de nuestras vidas en el primer cuarto de siglo. ¡Qué fecha para celebrar un buen quilombo! Y todo, a la vuelta de la esquina. Hago verdaderos esfuerzos por imaginarme un mundo mejor, bajo una confiable élite de gobernantes, pensando que tengo un hijo que se comerá esa papeleta. Pero el panorama no es nada estimulante. Podemos fingir que estamos a salvo de cualquier naufragio y yo me apunto; es más, apostaría que saldremos de esta aunque sea por pura serendipia. Pero todo lo que aquí cuento va a misa. “No vivimos en tiempos pacíficos”, dijo Scholz, el canciller alemán, que urge a su país a fabricar armamento en masa para disuadir a Rusia. Al día siguiente, se supo lo de los misiles extraterrestres de Putin. La guerra de Ucrania cumple la próxima semana dos años y la de la franja de Gaza, cuatro meses de barbarie contra niños y civiles inocentes. Entonces, Trump se suma a la espiral animando al ruso a expandirse en la OTAN, que él le dejará hacer como un capo di tutti capi. A un mes de sus elecciones amañadas, Putin se cobra la vida de Navalni y la victoria en Avdivka, la ciudad del Donbás de la que Ucrania se retiró el viernes por falta de municiones. El famoso artículo 5 de la mutua defensa en el Tratado de la Alianza (un ataque a un país miembro es una agresión global) se lo pasa Trump por el arco del triunfo. En marzo le espera el primer juicio a un expresidente norteamericano por sobornar con dinero negro a una actriz porno. “Si no pagas, no te defiendo”, proclama displicente, antes de ser condenado a centenares de millones por inflar su patrimonio fraudulentamente. El encaje de bolillos para meter a Canarias bajo el radar de la OTAN, estando en África (“territorios insulares del Atlántico al norte del Trópico de Cáncer”, fue la fórmula), no nos libraría. Y hasta Nelson se está riendo en la tumba. Biden chochea, pero no olvida su antigua vocación atlantista mano a mano con Europa desde que era vicepresidente con Obama. El día en que los dos astros se alineen, Trump y Putin, en los albores de 2025, en España y, por ende, Canarias tendremos motivos para tentarnos el alma. El elefante es la mascota republicana. Entrará de nuevo como elefante en cacharrería. Promete ser un dictador y, créanlo, si no lo impide Taylor Swift, esta vez ni el Capitolio se le volverá a resistir, ni imagino la forma en que pueda ser perseguido como Bolsonaro por golpista. Este hombre que apedrea la democracia se autoindultará si canta victoria el 5 de noviembre. Que Dios nos coja confesados si gana Trump con su cohorte de fantasmas.
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