tribuna

Cañones y mantequilla

Hoy, 5 de marzo, es para la ONU el Dia Internacional dedicado a promover y reafirmar las políticas de desarme y no proliferación de armas convencionales y de destrucción masiva. No es una humorada extemporánea, sino la bienintencionada iniciativa de la Oficina de Asuntos de Desarme de las Naciones Unidas (UNODA) que suena a música celestial porque coincide con el revuelo originado por la bravata nuclear del presidente ruso, Vladímir Putin, el eco de la masacre de hambrientos palestinos en Gaza y, en general, con el acelerón mundial en la carrera armamentista para mantener las guerras o alcanzar la paz.
El acopio de fuerza no se limita a los países en guerra. Según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), las dos primeras potencias mundiales por población, India y China, que se vigilan de reojo, han Incrementado el gasto militar entre 2013 y 2022 en un 47% y 63%, respectivamente. Rusia no quiere quedarse atrás y la OTAN apremia a sus miembros a engordar el presupuesto militar. Desde la invasión de Crimea en 2014 hasta este año, la OTAN ha incrementado el presupuesto en 163.000 millones de euros y los países europeos, su capacidad de producir armamento en un 40%. Rompiendo su tradicional neutralidad, Suecia se incorpora a la OTAN, lo mismo que ha hecho Finlandia, y sube el gasto militar en un 57%.
El clima de distensión y desarme que después de la guerra fría tejieron el entonces presidente de la URSS Mijail Gorbachov y el presidente de los EE.UU. George H.W. Busch (Busch padre) es ya cosa del pasado. Algunos países europeos temen que Rusia pueda poner en marcha una “acción militar especial”, como la de Ucrania, y Putin se siente amenazado por la incorporación a la OTAN de países que tienen frontera con Rusia. El mundo multipolar que irradió la democracia liberal está en el camino de retorno: desglobalización, nueva polarización, rearme y guerra. La historia, a veces, se repite. Produce vértigo recordar la sentencia que se atribuye, entre otros, al filósofo y escritor español Jorge Santayana: “Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”.
Hay otras guerras en el mundo, pero las de Ucrania y Gaza consumen una parte importante de la producción de armas y son las que de verdad amenazan la paz mundial. Desde la invasión rusa, los países de la Unión Europea han destinado unos 140.000 millones de euros a sostener a Ucrania (27,000 de ellos en material militar) y 67.700 EE.UU. (42.000 en armamento), que tiene otra partida de 55.000 millones pendiente de la aprobación de los republicanos. Israel, por su parte, mantiene su capacidad gracias a la ayuda militar de 3.000 millones que cada año recibe de EE.UU. Dos guerras diferentes y un actor común muy destacado. La guerra en Gaza, donde se superan ya los 30.000 palestinos muertos, podría extinguirse si Washington corta el grifo a Netanyahu y la de Ucrania no se puede disociar de la política exterior de la gran nación norteamericana.
Curándose en salud ante el incierto panorama de EE.UU., es el momento de que la UE, sin perjuicio de mantener el vínculo con la OTAN, profundice en su propia definición estratégica y adquiera el protagonismo que le corresponde. Esto es: salir de la tibieza que oxigena a Netanyahu, exigir la creación del estado palestino y forzar el alto el fuego en Ucrania. Firmeza frente a Putin y Netanyahu y buscar el entendimiento con China, fundado en la mejora de la relación comercial, que ayude a acercar posiciones de la UE con Rusia. Putin no es de fiar, pero Europa no es más segura teniéndolo como enemigo.
Rusia ha ocupado parte del terreno de Ucrania, pero no está ganando la guerra porque no ha conseguido derrocar a Zelenski ni aislar a Ucrania de Occidente, que eran sus objetivos. En el otro bando, la capacidad militar de Ucrania está peor que hace un año y cada vez tiene más problemas para reclutar combatientes y recabar la ayuda que necesita. La partida está en tablas y puede alargarse, pero la UE, amante de la paz, no puede desfallecer. Antes, al contrario, debe incrementar su cohesión interna y la capacidad militar para ser creíble y disuadir a Putin de cualquier mal pensamiento y convencerlo (y también a Zelenski) de que hay que parar la guerra y dejar que la diplomacia trabaje en la neutralización del conflicto. Y mientras, sin abandonar la mantequilla, a la UE le toca gastar en cañones.

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