opinión

Mr. Auster

El escritor estadounidense Paul Auster (1947-2024). / Edu Bayer

Por Alberto García Martín / Conozco a un tipo que se parece enormemente a Paul Auster y que no es Paul Auster. Del mismo modo que podría decirse que el escritor se parece al tipo que yo conozco. Uno es de Tenerife y el otro, de Nueva Jersey. Pensé durante un tiempo hacer un cortometraje entre el documental y la ficción sobre el tipo que se parece al escritor, un corto sin un concepto totalmente definido, que ahondara de algún modo en el misterio de la identidad, de la doble o de la múltiple identidad. Algo sobre una extensión de la vida de uno, sobre la multiplicidad o sobre las vidas paralelas. En fin, sobre el misterio. Una cosa poética que se sumergiera en el misterio vital. Pero aún no lo he realizado; por pereza, probablemente. Y no sé si ya valdría la pena. Porque el tipo al que se parece el tipo que yo conozco acaba de fallecer. Ha muerto el escritor.

Leí Ciudad de cristal, la novela corta que formaría parte de La Trilogía de Nueva York, cuando estaba en la universidad. Quizá tenía dieciocho o diecinueve años. No sé cómo llegué a ella, no recuerdo cómo llegaba uno a los libros y a las películas en la era pre-internet. Pero sí me recuerdo leyéndola apasionadamente en un pequeño parque de La Laguna, cerca de mi facultad. Aunque quizá el recuerdo de haberla comprado en una librería cercana a ese parque y también a la facultad me haga pensar que me senté en un banco del parque a leerla. La memoria tiene estas cosas, que crea una realidad divergente pero, en ocasiones, verosímil. La memoria es otro misterio, como las novelas de Auster. Ese momento, constriñiendo toda la lectura de aquella novela a un solo momento, para entendernos y que esto tenga una mayor efectividad literaria, ese momento, pues, fue único y completamente revelador. Cambió mi vida, la partió en dos. La era pre-Auster y la era Auster. Me explotó la cabeza y, si a algo puedo asimilar dicho momento, quizá podría compararse al momento Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento o al momento Raskolnikov o al día en que vi mi primera película de Woody Allen. Son puntos de giro determinantes en lo que viene siendo una vida. De modo que todo cambia en un “momento”, por puro azar, que es, por cierto, el material del que se nutre gran parte de la obra de Auster. Y el azar no como recurso caprichoso y juguetón. El azar es esencial para cualquier mente que comprenda que vivimos en un mundo no reglado ni organizado sino caótico y absurdo. Entender que el azar es connatural a la vida es entender la vida. O una forma de entenderla, para no parecer demasiado dogmático.

Luego leí Fantasmas, también de la citada trilogía. Y, si con Ciudad de cristal me había explotado la cabeza, ésta se recompuso y me volvió a explotar. O el talento e inteligencia de Auster es muy grande o mi cabeza es muy sensible. Fantasmas es la historia de un detective al que le encargan espiar a un tipo que aparentemente no hace nada, tan sólo leer Walden, de Thoreau (años después leí Walden mirando de vez en cuando por encima del libro, por si alguien me espiaba a mí). La novela Fantasmas es para mí la mejor obra que he leído sobre el absurdo de la existencia, una obra densa en su atmósfera a la vez que fascinante y profundamente misteriosa, a la altura de El extranjero de Camus o de Hambre, de Knut Hamsun.

En fin, que a partir de ahí, seguí leyendo y leyendo a Paul Auster, quien debería haber recibido el Nobel si el Nobel estuviera bien otorgado, como lo debió de haber recibido Charles Bukowski, por lanzarme a la piscina y reclamar justicia para otro narrador extraordinario (uno no escribe todos los días sobre escritores que le gustan, permítaseme la licencia en la ligera digresión).

Auster ha obtenido el éxito popular pero no sé si ha tenido el suficiente reconocimiento por parte de la alta cultura, me da la impresión de que su reconocimiento en ese ámbito ha sido un poco timorato, un sí pero no, porque todo aquello que le gusta a mucha gente, en este caso las novelas de Auster, se convierte en algo sospechoso. No puede ser tan bueno si les gusta a tantos. Yo soy uno de esos tantos. Lo que no sé es si hay tantos a los que realmente les cambió la vida, como me la cambió Woody Allen en lo cinematográfico y La Polla Records en la actitud recelosa ante el poder, mediante la música. Cambiarte la vida mediante el arte es un cambio que nadie nota, pero que conforma tu identidad, tu forma de entender el mundo y también el propio arte. Los otros no se dan cuenta de que has cambiado, de que has levitado unos centímetros del suelo, como el protagonista de Mr. Vértigo, que tu vida se ha escindido en dos, con una línea principal a la vista de todos y una que se ha escrito a pie de página, como en La noche del oráculo.

La vida en las novelas de Paul Auster es reflejo de la vida real y a la vez es una vida nueva, como si el escritor, cual físico cuántico, quisiera penetrar en las claves internas que rigen la vida que conocemos, como si quisiera encontrar algún sentido al profundo misterio que condiciona nuestra existencia y que nos está vetado si no intentamos acceder a él con la insistencia de un arqueólogo existencial, que horada y horada todas las capas que nos separan de algún tipo de verdad profunda a la que sólo puede accederse mediante el arte. Por supuesto que la verdad última nunca se nos va a revelar, quizá porque no existe una verdad única, pero al menos el mero hecho de quitar capas a la realidad aparente, ese esfuerzo por entender el mundo es el que nos convierte en seres más plenos, más soñadores, un poquito más completos.

La última novela de Paul Auster probablemente no sea la mejor de sus novelas pero es, a mi juicio, la novela que debía ser la última, con un final que es, en mi humilde opinión, toda una declaración poética. Un punto final que no es un punto final, la última frase de un escritor que quiere dejar un testamento vital por medio de su mejor arma, la literatura de lo enigmático. Un final que no es un final cerrado. Que se abre a especulaciones, que se abre al misterio.

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