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La cárcel de Chencho

Había en el Puerto de la Cruz un calabozo, un cuartucho situado en el viejo edificio que luego ocupó el Parque de San Francisco, sede del Festival del Atlántico, hoy en eterno proceso de rehabilitación. Y un borrachito, inquilino frecuente del calabozo, que habitualmente soportaba la detención amable del cabo Chencho, era el único y habitual ocupante del recinto: veía llegar al guardia, enfilaba hacia la mazmorra, cogía la llave de la celda, colgada en la pared y se encerraba él mismo hasta el día siguiente, durmiendo la mona. Imeldo Bello García, querido amigo, ha tenido a bien entregarme una copia de lo que lleva digitalizado el archivo Baeza. Y en esa copia aparece una foto del cabo Chencho, que era el jefe de la Policía Municipal en los tiempos como alcalde de Isidoro Luz. No sólo hacía de cabo, sino que participó, con el propio Isidoro y con maestro Basilio, en la construcción del muelle de El Penitente y del muro del Charco de la Soga, en Martiánez. Como albañiles. Lo lograron a fuerza de sacos de cemento. El Penitente se mantiene en pie, con el legendario Chupadero debajo y como muelle absolutamente inútil, pues allí no atracaba sino el Sancho II, dos o tres días al año, a causa de la mala mar. Existe un vivir pequeño del Puerto de la Cruz, que va desde la celda lúgubre del convento de San Francisco a personajes que forjaron la historia cotidiana y desconocida de la ciudad. Yo me acuerdo de muchos de ellos. Maestro Basilio fue eterno hermano mayor de la cofradía del Gran Poder de Dios. Al borrachito le perdí la pista. Y los hombres al mando de Chencho detuvieron al Rata, un delincuente que apuñaló al entonces jefe de la Policía Municipal cuando salía del cine Topham. Don Domingo Domínguez era, por cierto, una gran persona. Sólo resultó herido, afortunadamente.

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