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Todos, don Felipe

Mi pariente Felipe Machado González de Chaves, alcalde del Puerto de la Cruz que fue y a quien profeso mucho aprecio, tiene una anécdota con su chófer que vale la pena que ustedes conozcan. Felipe, todo un caballero, viste muy bien y la ropa que no usaba y, sobre todo los zapatos, se los regalaba a Enrique El Buque, que era su conductor particular. A la hora de entregarle el lote de ropa usada, Felipe le preguntaba a Enrique: “¿Y tú qué número de zapato calzas?”. Y Enrique, invariablemente, le contestaba: “Todos, don Felipe”. Cada vez que salía conduciendo de su casa, situada en la recta de Las Arenas, poco más arriba de la curva de La Calera, Enrique hacía a su patrón el mismo comentario, día tras día: “Esta salida es una ratonera, don Felipe”. Pero jamás sufrió el menor percance. Todavía recuerdo a Enrique el Buque, sonriente, amable, buena persona. El Puerto es una caja de sorpresas y entre sus gentes se cuentan figuras de lo más curiosas. Dice Juan-Manuel García Ramos que no se explica cómo, en un pueblo tan pequeño, ha vivido tanto personaje extravagante. Había un tío que jugaba en el Puerto Cruz, de portero, apodado El Chico Tulo, que, en cierta ocasión, despejó un balón de puños con tal fuerza que la pelota rebotó en los muros del castillo de San Felipe, se perdió en el mar y jamás fue hallada. Se tuvo que suspender el partido porque no había más que un balón, engrasadas sus costuras con sebo de rendija por Antonio El Pirulín, eterno encargado de tal menester. Cuando los cobradores de libros vendidos a plazos venían a casa a cobrarle el mes a mi padre, él se escondía, para despistarlos, en un agujero que había habilitado para tal menester entre la chatarra del garaje. Jamás nadie dio con la guarida.

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