Pedro Sánchez se supera a sí mismo cada vez más. Y ha dado un golpe maestro a los que están pidiendo su dimisión y la convocatoria de elecciones. La solución la dio hace mucho tiempo el poeta satírico romano Juvenal en su Sátira X: panem et circenses, pan y circo, distraen al pueblo de sus problemas y le aseguran al político la adhesión de las masas. La televisión pública hace tiempo que se ha convertido en un instrumento al servicio de Sánchez, y ahora, más allá de entrevistas laudatorias y de la manipulación de las noticias, el fútbol le asegura el control de la opinión pública. Nada menos que cincuenta y un partidos, a razón de tres diarios, van a tener a los españoles lejos de la política. Y una ventaja añadida serán los telediarios en formato reducido, más fáciles de manipular. Por si fuera poco, tras el fútbol vendrán los Juegos Olímpicos de París y, después, el tour de Francia y la vuelta ciclista a España. En ese contexto, ¿quién se va acordar de que la esposa del presidente está siendo investigada por un tribunal? ¿Quién va a denunciar que el presidente miente cuando afirma que una financiación singular para Cataluña es compatible con un trato igualitario a todas las comunidades, sencillamente porque es imposible? Y tampoco repararemos en que Yolanda Díaz, su alumna aventajada, ha inventado lo de dimitir solo un poquito, solo de su evanescente cargo en Sumar, pero no del coche oficial y de la nómina de vicepresidenta.
El involuntario colaborador de los planes de Sánchez es Núñez Feijóo y su torpe oposición. Todavía no se ha dado cuenta de que España no es Galicia y de que no se puede estar todo el tiempo reclamando una convocatoria electoral que el presidente no va a hacer, porque resulta patético; un patetismo que se acentúa en esas continuas manifestaciones callejeras, que revelan la impotencia de los populares. El peligro real es que, dentro de tres años, Sánchez le vuelva a ganar la partida. Porque, mientras el PP no se libere de Vox y recupere el centro, sus posibilidades de pacto y entendimiento con otras fuerzas serán nulas.
Muchas cosas están cambiando en las sociedades europeas y en la denominada civilización occidental, por lo que no basta con lamentar y criticar el auge de los radicales, sino que debemos preguntarnos qué estamos haciendo mal. Los populares han ganado de nuevo las elecciones, han aventajado a los socialistas en setecientos mil votos y cuatro puntos y han conseguido conjurar el fantasma del empate técnico, que esgrimían las huestes de Pedro Sánchez. Sin embargo, estos resultados no le permitirían, en unas generales, llegar a La Moncloa. Sumar ha obtenido unos pobres resultados que han dejado fuera de Europa a Izquierda Unida y han obligado a Yolanda Díaz a dimitir, aunque sin abandonar el Gobierno, faltaría más. A pesar de su derrota, Sánchez lo ha celebrado con su capacidad infinita para tergiversar la realidad. Mientras tanto, hay intensos rumores sobre la existencia de un Poder Judicial en España. Pero son rumores sin confirmar. La fiesta que alimenta a la ultraderecha no se acabará y seguiremos preguntándonos por qué no se acaba. Aunque siempre nos quedará París y sus Olimpiadas, sin olvidarnos del fútbol.