A Donald Trump no lo han matado por un par de centímetros. El disparo iba dirigido a la cabeza, como el de Kennedy, y el tirador estaba a unos 120 metros del objetivo. En el atentado han matado a otra persona y herido a varias. No sé de qué estaríamos hablando ahora si el asesino hubiera tenido mejor puntería. Casi todos los dirigentes del mundo se han interesado por la salud del expresidente, lo que significa que dan como muy posible que vuelva a estar en la Casa Blanca dentro de unos pocos meses. En El País, dicen que se trata de un joven republicano, como si eso fuera importante. También alguien dirá que esas cosas ocurren porque existe la Asociación de Amigos del Rifle, o que fue un encargo de la CIA, que fue la que tiró las Torres Gemelas. En fin, son cosas que pasan en ese lugar del mundo del que vienen todos los males sociales que afectan al planeta. Ahora se ha descubierto que Alice Munro ocultó tratos vejatorios y abusos sexuales a su hija, y esto ha servido para que el Mee Too emprenda una persecución contra ella, una vez muerta. No sé si con eso conseguirán que se vendan menos libros de la premio Nobel. De lo que si estoy seguro es de que la colocarán en el lado que mejor convenga al feminismo internacional que, hasta ahora, estaba orgulloso de ella. ¿Es verdad que los Estados Unidos son el paradigma de la libertad? Si se puede matar a un presidente, se puede hacer un Watergate para que otro dimita o se puede invitar a tu oponente a un almuerzo en un campo de golf para ganar unos cuantos millones de dólares, entonces se puede responder, afirmativamente y con ciertos reparos, a esa pregunta. Tampoco es cierto que la ausencia de esas cosas nos haga sospechar de que carecemos del albedrío suficiente para ser una sociedad moderna. Mejor sería pensar que forman parte de la idiosincrasia de cada nación y así todos tan contentos. Pues sí, a Donald Trump casi lo quitan de en medio (solo faltó un par de centímetros) y a Alice Munro le han rebajado su condición progresista. Son cosas que pasan en ese país al que muchos sitúan en un proceso de decadencia irreversible. Es más actual la Francia salvadora, resucitando a los sans-culottes o volviendo a las heroicas barricadas del 68. En Pensilvania, han herido a un político importante en una oreja, igual que a Jesús en el huerto de Getsemaní. Lo de Jesús fue el anuncio de que, al día siguiente, lo iban a matar. En este caso ignoro lo que va a ocurrir porque han fallado en el intento de eliminar al malo. No faltará quien diga que se trata de un autogolpe, un holograma planificado con unos buenos efectos especiales. Del país de Hollywood puede esperarse todo. Quizá esto haga recuperar la memoria a Biden, detrás del que corríamos hace unos años, y deje de llamar Putin a Zelenski. Tal vez confundir a su vicepresidenta, Kamala Harris, con Donal Trump no fuera otra cosa que insinuar un contubernio para eliminarlo y favorecer así a su contrincante. Todo puede suceder. Recuerdo una representación de Julio César llevada a cabo por Guillermo Brown y los proscritos, en los maravillosos libros de Richmal Crompton, cuando decía: “Amigos romanos, compatriotas, prestadme orejas”. Se escuchan las palabras desesperadas de Ricardo III en el campo de batalla: “Una oreja, una oreja. Mi reino por una oreja”. ¡Ay, si Javier Marías viviera! Con lo que le gustaban estas cosas.
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