Si no hemos estado en coma en una caverna sin cobertura últimamente, el fenómeno viral del momento no nos habrá pasado desapercibido. La cosa es muy simple: se pone una piña en el carrito de determinado supermercado a determinada hora y en determinado pasillo para manifestar nuestro interés en una relación indeterminada. Y a ligar, que son dos días.
Mucha gente que nunca ha sido de seguir modas ni tendencias parece haberse planteado seriamente que, habiendo de por medio alguna posibilidad de menear el organismo en los calores veraniegos, tal vez deberían subirse al carro y el fenómeno ha desbordado todas las previsiones. Y las provisiones de piña.
Para quienes reconocen una nula capacidad de ligar en las discotecas, un entorno a oscuras abarrotado de gente con la percepción seriamente mermada, intentarlo bajo la dura luz de los fluorescentes buscando plátanos o papayas en el pasillo de las frutas se antoja un auténtico reto, que es como ahora se denomina a las gilipolleces, pero ¿quién dijo miedo habiendo tiritas de Bob Esponja?
Visto lo visto, lo mejor sería llevar la piña de casa porque, con toda certeza, en el supermercado estarán más buscadas que el punto G y no vale sustituirla por la enlatada porque no se puede triunfar saltándose el protocolo, que lo viral es muy estricto y sería imperdonable. Los carritos libres seguramente escasearán tanto que tendrán una rueda al borde de la extinción de su especie, por lo que lo más sensato sería llevarlo de casa también. Al personal del supermercado le extrañará entre nada y menos a estas alturas ver a alguien sacar carrito y piña del maletero y entrar tan campante por la puerta del establecimiento bien arreglado y perfumado. En cuatro o cinco días de coyuntura viral ya deben haber visto de todo y algo más.
No en vano, el jueves la Ertzaintza fue requerida por el personal de una de las tiendas en Bilbao de la franquicia en cuestión ante la avalancha incontenible provocada por una quedada de adolescentes ociosos que abarrotaron el pasillo de las frutas y la entrada al recinto. No es poca cosa que una marea humana de nativos digitales, acostumbrados a ligar a través de redes sociales, apps y universos virtuales, se haya visto irremediablemente atraída al mundo real… y tal vez al consumo de fruta como efecto colateral. Así es el poder de convocatoria y las ganas de sacudirse la carbonilla de los convocados por esta tendencia, pero, sobre todo, así es la novelería que, sin ser nueva en absoluto, tan bien define los tiempos que corren.
La cadena de supermercados, aunque lejos de desmarcarse de una impagable publicidad caída del cielo, ha manifestado que el fenómeno es un problema para sus trabajadores y para aquellos clientes que solo quieren hacer su compra y el momento del que disponen coincide con la happy hour. No digamos ya el horror que esto supondrá para aquellas personas que simplemente quieren comprar una piña natural, que alguna habrá.
El asunto no solo se extiende entre la población, sino que otras celebérrimas cadenas de establecimientos de alimentación y hasta de tecnología han tardado nanosegundos en reaccionar, proponiendo sus propios horarios y protocolos para invitar a los clientes a ligar en sus tiendas.
Con este panorama dejamos atrás un agosto aburrido de existir y arrancamos septiembre con desgana, a trompicones. Y hoy, el infierno es ir a hacer la compra y no tener otro momento libre que el de la hora golfa. O tal vez no…