Los problemas de tráfico de la TF 5 no se resuelven con pasarelas ni con restricciones. Hace más de 30 años que el Plan General de La Laguna plantea alternativas viarias que jamás se han querido ejecutar. Las razones son de carácter político y tienen que ver con un excesivo proteccionismo y con la competencia entre dos municipios vecinos que están vigilando su crecimiento. En ambos casos, los protagonistas son diferentes.
En Las Palmas de Gran Canaria, sufrieron estas dificultades de movilidad hace muchos años y las resolvieron satisfactoriamente, porque allí se rema en una sola dirección y no existen enconamientos históricos que se pongan por encima de los conflictos reales. Fui concejal de Urbanismo a principios de los 90 y sé de lo que hablo. En aquella época, dejé aprobado inicialmente un documento de planificación, redactado por el equipo dirigido por mi siempre recordado Joaquín Casariego, en el que se proponían soluciones que hasta la fecha no se han acometido. Cuando me fui del ayuntamiento, dejé un escrito incluido en el documento urbanístico al que mis compañeros de la Gerencia, que creé en 1991, denominaron mi testamento político, donde expresaba las razones que me preocupaban para el desarrollo futuro del municipio y su influencia metropolitana en un ámbito insular. Dudo de que todavía se encuentre allí, aunque los problemas, pasados más de 30 años, sigan siendo los mismos. Hablo de la congelación del proyecto de la vía exterior, que une Los Naranjeros con Santa María del Mar, de la vía de cornisa, entre Santa Cruz y La Laguna, por La Cuesta, y de la segunda fase de la vía de ronda. Conozco los motivos por los que esas obras no se ejecutan, pero exponerlos y debatirlos no resuelve la cuestión; al contrario, la enconaría más al tratarse de ideas encontradas que están ahí desde muchos años, actualizadas por un fundamentalismo medioambiental que acabará por hundirnos a todos.
No es el tiempo de exponer viejas luchas que han dado como resultado una situación insostenible. Se trata de coger el toro por los cuernos, poner sobre la mesa soluciones técnicas y aparcar los intereses ideológicos que no conducen más que al caos. Ser constructivos en lugar de permitir que todo se deteriore hasta convertirse en una barrera imposible de superar. Las cosas no se resuelven dejándolas pudrir ni aplicando parches que no sirven para nada; y menos aún exponiendo agravios que solo distraen del camino práctico que hay que tomar. Vivimos un momento en el que parece que hay que sacrificar el desarrollo en nombre de una entelequia que pretende salvarnos de una catástrofe inminente, pero este no es el único problema. Está también una vigilancia de crecimiento que puede resolverse por medio de una ordenación territorial racional, sin necesidad de que el recelo esté sobrevolando continuamente sobre las estrategias de los vecinos. Hay fórmulas. Siempre he defendido la creación de un área metropolitana dedicada a resolver estos asuntos, que sobrepasan a la comarca alcanzando una importancia insular claramente demostrable. Si no se acomete con estos medios que la administración pone a nuestra disposición, el problema no hará sino crecer hasta que nos reviente en las manos el día menos pensado. Para los que quieran leer entre líneas, saben a qué me refiero. Ya es hora de que nos pongamos serios.