tribuna

Las formas de mirar la historia

Tuve un profesor de Historia del Arte que se llamaba Antonio Sierra. Era arquitecto y conocía muy bien la arquitectura árabe. Hizo varias obras en Marruecos, entre ellas un palacio para Mohamed V. Me enseñó a sistematizar, aunque en esto no le hice demasiado caso. Siempre he preferido el desorden para exponer lo que pienso, creo que es más natural y se acerca bastante a la divagación a la que sometemos nuestro proceso asociativo. Sin embargo, me mostró algo que siempre me ha servido para reconstruir situaciones y colocar los hechos históricos en el lugar que le corresponden. Por ejemplo, cuando pensaba en los hititas era recomendable trazar un mapa para saber cómo era el mundo en aquel tiempo, quiénes eran sus vecinos, cuáles eran las relaciones entre los distintos pueblos, etc. Esto me valió para librarme de las conclusiones del revisionismo histórico en el que se han apoyado tantas reivindicaciones de la izquierda tradicional, y se sigue haciendo en un proceso extremadamente demagógico y artificial. Ahora estoy oyendo el Evangelio según san Juan, de Bach, y me traslado a esa época de la música barroca alemana y la entiendo mejor. Me rodeo de su pintura, de su literatura, del pensamiento filosófico y, reconociendo su extraordinaria riqueza cultural, comprendo también el porqué Winckelmann, al que muchos consideran el padre de la Historia del Arte, se hizo tan partidario de poner a Alemania frente a la Italia del Renacimiento y de los papas. Por ejemplo, por qué se decidió tanto por la escultura, influencia directa del helenismo, para afirmar que los pueblos sajones eran herederos directos de los antiguos griegos. En España tuvimos un debate en torno a esas preferencias con Menéndez Pelayo hablando de las luces latinas y las nieblas germánicas, frente a Ortega que decía lo contrario, seguramente por haber estudiado con Heidegger.

Quizá esto derive del cisma luterano y de la división norte sur en el mundo occidental que Max Weber relaciona con el origen del capitalismo como consecuencia del protestantismo. Estas diferencias económicas son las que rigen en los gobiernos actuales, a pesar de la unificación que supuso la Unión Europea. También en los países se producen estos fenómenos, y en España tenemos las diferencias inaceptables entre Cataluña y Andalucía, que son equivalentes a las que hay en Italia entre el Milanesado y Sicilia o la Catania; o en Francia entre Normandía y la Provenza y en Alemania entre Hamburgo y Baviera. En todas partes cuecen habas, porque no existe una solidaridad que iguale esfuerzos, culturas y modos de vida. En nuestro país llevamos años rotando en torno a los pivotes que nutrían de votos a la izquierda y ahora se han trasladado hacia el norte. Desde Sevilla a Barcelona, que es lo que le da de comer. Me he puesto a escuchar a Bach y, siguiendo los consejos de mi profesor he elaborado el mapa histórico que me ayuda a entender mejor las cosas. Nos equivocamos cuando confundimos a la coyuntura con una circunstancia temporal. Hay que situar cada tema en el lugar que le corresponde y el mundo se abre como un abanico para mostrarnos con claridad cómo es su realidad. Si no es así, tendremos que seguir echando mano de conceptos artificiales, como el mareo de la perdiz, o el día de la marmota, que solo sirven para confundirnos, de rectificación en rectificación, es decir: entre embuste y embuste.

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