Cuando las niñas cantaban tengo una muñeca vestida de azul, con su camisita y su canesú, había un reconocimiento a la exactitud de los cálculos, pues te aprendías la tabla de multiplicar a pesar de que el doctor dijera que le dieras el jarabe con un tenedor. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis. Saber que la tabla del dos se obtenía añadiendo dos a cada dígito, y así con los demás números, se podía aprender jugando con muñecas. Hoy, con la Barbie se saben menos cosas, aunque la Barbie sirva para más cosas: hasta para hacer el amor con su novio. La Barbie ya no usa la tabla porque dispone de una calculadora electrónica y, para lo que quiere hacer, no le hace falta. La Barbie ahora va vestida de Dior y pisa fuerte en las recepciones de los palacios. La Barbie incluso adorna los gobiernos progresistas con su melena rubia, que no se destiñe ni a la de tres. Hace tiempo que la Barbie no desfila porque, a pesar de su glamur, su estrella se va apagando poco a poco. Eso es lo que tiene ser Barbie, que detrás están las muñecas de Famosa apretando, o delante la amenaza de unas hinchables cada vez más perfeccionadas, convertidas en robots de carne y hueso. A la Barbie se le acaba el fondo de armario y renovarlo resulta caro. Eran más económicos los trajes de papel de las heroínas de los recortables. Creo que es por eso que pide que los impuestos aumenten hasta 80.000 millones más para seguir luciendo. ¡Ay, Barbie! Como sigas así, no habrá presupuesto para pagarte un viaje a la luna, en compañía de Elon Musk y otros tantos dominadores del mundo de la pela. Yo, que quieren que les diga, prefiero a la muñeca vestida de azul que sabía que dos y dos eran cuatro, aunque se constipara cuando la sacaban de paseo y hubiera que meterla en la cama con mucho dolor. A propósito, recuérdenme que tengo que vacunarme de la gripe, que ya toca. A la Barbie, como es de plástico, no le hace falta vacunarse, pero yo le recomiendo que no se descuide, que mire para mí y repare en que he visto muchas muñecas que han retornado a los cajones. Desde Mariquita Pérez hasta ahora, pasando por las figuras femeninas de los clips de Famóbil, con sus manos fijas y prensiles, que tanto hacían de enfermeras, de azafatas del barco pirata, de policías o de bomberas. Todo pasa de moda. Las Barbies también, como símbolo cultural de una época que se fue. La muñeca de antes, a la que había que meter en la cama con el termómetro, la que hablaba, la andadora, la que movía las pestañas, ha pasado a formar parte del museo de los recuerdos, que no de la memoria. El recuerdo es algo personal e individual; la memoria es un concepto inducido que nos inoculan con la jeringuilla que venía en el pack de las muñecas enfermeras. Digo todo esto porque me parece que el mundo de la Barbie está entrando en un ocaso a pasos galopantes y no nos damos cuenta. Hace poco, la vi en una recepción vistiendo una especie de bata abotonada que se abría por las piernas. No me pareció gran cosa. Me quedo con la muñeca vestida de azul, con su camisita y su canesú.
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