Sin tregua en su guerra total con el PP, el próximo viernes el PSOE, que no atraviesa su mejor momento, inaugura en Sevilla el 41º Congreso Federal para renovar la dirección y aprobar una propuesta política que reconecte con los ciudadanos, aunque tengo para mí que el desapego de los votantes no se arregla con inventos y ocurrencias de mercadotecnia, sino cambiando la manera de hacer política o con otro líder, o las dos cosas, para recuperar la confianza en el partido que Pedro Sánchez, parapetado detrás del proverbio “hacer de la necesidad virtud”, ha minado con llamativos volantazos y repetidos cambios de opinión. En el congreso estarán acreditados 1.090 delegados (no sé cuántos no tienen cargo público o del partido) que representan a los militantes con carné, que son poco más del 2% de los votantes socialistas.
Los congresos son indispensables para la democracia interna de los partidos, pero, desgraciadamente, hoy y aquí, la política oficial se ha distanciado de la vida cotidiana y España parece que funciona en automático, como por inercia, y la gente, con más sentido común que los políticos, contempla sus peleas como quien va al circo a ver combates de lucha sobre el barro.
Por exigencias del guion, la dirección saliente debe rendir cuentas de la gestión realizada y del grado de cumplimiento del mandato del 40º Congreso de 2021. Impedir que gobierne la derecha, que Sánchez presenta como su gran logro, no le exime de justificar los acuerdos que le han convertido en líder de una precaria mayoría de bloqueo (anatema) que le mantiene maniatado en La Moncloa, obligado a bailar el agua a quienes debe la investidura y anhelan disolver la España de la Constitución de 1978 y cambiar el modelo de Estado.
Tendrá que explicar la pirueta de la Ley de Amnistía y la financiación singular de Cataluña, que no figuran en las resoluciones del anterior cónclave, fajarse con las delegaciones territoriales que quieren modificar la propuesta de financiación autonómica y dar cuenta de la gestión al frente del Gobierno, asediado por el PP, que, frustrado por no poder gobernar pese a tener más votos en las urnas que el PSOE, se ha echado al monte y autoimpuesto como único objetivo la “obligación” de echar a Sánchez como sea, si es necesario sepultándolo bajo el fango de la terrible riada de Valencia.
Pedro Sánchez ha dicho que sigue y quiere que el congreso no discuta su liderazgo (solo el de algunos dirigentes territoriales) y que gire sobre una propuesta política que nos proteja de la extrema derecha y de las pompas trumpianas, que son los males que nos afligen, como si Sánchez acabase de llegar y fuese ajeno a la situación política creada, de la que es responsable, al alimón con sus compañeros de viaje del Congreso de los Diputados, que le llevan del ronzal, para solaz del PP y VOX y, día sí y día también, de algunos de sus propios socios, que celebran las derrotas parlamentarias del Gobierno. Este asunto, que irrita y humilla a las bases, estará, con las noticias y bulos sobre la corrupción, en las conversaciones de pasillo de los delegados, mientras los jefes pulen los textos de las resoluciones y discuten los nombres de la Comisión Ejecutiva y de un tercio de los miembros del Comité Federal.
Desde que es secretario general, Sánchez ha sido impermeable a las críticas de antiguos dirigentes del partido que denuncian el abandono del programa y, especialmente, la alianza con grupos independentistas, y ha hecho oídos sordos al desencanto de votantes socialistas que dicen sentirse engañados, que ya no se fían de su palabra y desean que dé un paso al lado para facilitar que otra persona del partido encabece el cartel del PSOE en las próximas elecciones. La continuidad de Sánchez, arguyen, es un regalo para el PP y un problema para el PSOE y para España, porque la polarización y el abandono del espíritu de consenso ahuyentan votos en su electorado tradicional y la entente con la mayoría de la investidura debilita el andamiaje institucional del Estado.
El comité organizador suele tenerlo todo previsto y, así, salvo sorpresas, lo previsible es que Pedro Sánchez salga aclamado del cónclave y pretenda agotar la legislatura. Patada a seguir. Puede ganar el congreso de los militantes del PSOE y perder después las elecciones… por incomparecencia de votantes socialistas que, entre Sánchez y Feijóo, opten por quedarse en casa. Veremos.