Hay quien ha considerado la Inteligencia Artificial (IA) como un monstruo de ciencia ficción que, poco menos, venía a robar la labor de los creadores. Con el paso del tiempo, al estudiar y aplicar algunas herramientas, el monstruo se convirtió en inesperado compañero de la mesa de trabajo, o de pupitre, vaya usted a saber.
La Real Academia Española (RAE) define la IA como una disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico. La Inteligencia Artificial utiliza algoritmos y modelos matemáticos para procesar grandes cantidades de datos y tomar decisiones basadas en patrones y reglas que ha aprendido de forma automática. Conviene precisar que no estamos ante una tecnología nueva: algunas tecnologías con inteligencia existen desde hace décadas, pero los avances tecnológicos que favorecen la rapidez en el procesamiento de grandes cantidades de datos han permitido su generalización en los últimos años.
La IA está presente en multitud de aplicaciones y servicios, y los ciudadanos ya la están utilizando es su vida cotidiana: buscadores de internet, asistentes personales, electrodomésticos, robotización de procesos y traductores automáticos. La estrategia específica de la IA describe su potencial en diferentes ámbitos y áreas de la actividad profesional, entre las que figuran, por ejemplo, en el ámbito sanitario, la modernización de la asistencia sanitaria analizando pruebas médicas y creando patrones, así como ayudando en la detección de enfermedades raras y trastornos genéticos. Asimismo, contribuye al diseño de nuevos fármacos reduciendo los tiempos y costes de producción.
En lo que respecta al ámbito de la enseñanza y el aprendizaje, permite crear contenidos educativos multidisciplinares, desarrollando el aprendizaje individualizado, con independencia del lugar de residencia del alumno. Desde el ángulo medioambiental, la IA puede tener un impacto positivo en la lucha contra el cambio climático, por ejemplo, mejorando la seguridad, la velocidad y la eficiencia de los medios de transporte para reducir sus emisiones contaminantes. También ofrece una mejor gestión de las redes energéticas y de la eficiencia climática de los edificios. Y por último, en el espacio de administración y empresas, la IA puede generar nuevos productos y servicios.
Los creativos están encantados. Y es que dedican más tiempo a lo que realmente aman: pensar. Y menos, a tareas mecánicas o tediosas. El empleo de la Inteligencia Artificial se produce a velocidad de vértigo. Ha venido para hacernos más humanos, como escribía hace poco Elena Delgado, directora creativa independiente en el digital Control/publicidad. O sea, que la IA no ha llegado para bajarnos del escenario, sino para ser nuestro compañera de banda, dándonos tiempo para enfocarnos en lo que solo nosotros podemos hacer: pensar con corazón. Y cuando pensamos con corazón, hacemos mejores productos y mejores obras. Más humanos, pues.