Mi abuelo, Luis Fajardo Puigrubí, era marino de guerra. Nació en 1870 y murió en 1936. Mi tatarabuelo, José Real Vera, era capitán de la marina mercante. Nació en 1815 y murió en 1884. Seguro que, debido a alguna genética, tengo propensión a interesarme por el mundo de los barcos y de la navegación. Conservo un cuaderno de bitácora de mi abuelo y me encanta leer los detalles: las operaciones de a bordo, el cariz del tiempo y todas esas cosas tan importantes para mantenerse a flote. Mantenerse a flote es algo que la gente de mar valora de una manera diferente a como lo hacemos los de tierra, pero, en el fondo, viene a ser lo mismo. Joseph Conrad, que nació en 1857, era marino y escribe de barcos y del mar. Me gusta mucho este escritor, que está a caballo entre la vela y las hélices, entre la madera y los cascos de hierro, y que recuerda la maravilla que era desplazarse sobre las aguas solo con la ayuda del viento, con el sonido del aire en las telas del velamen. Cuenta la historia de un segundo que era sordo y no apreciaba este efecto poniendo en peligro al barco por no arriar los trapos y reducir la velocidad. Pero hay una cosa que me llama la atención en su precioso libro Espejo del mar, y es la bondad de los navíos que son capaces de navegar sin lastre. Esto se ofrecía como una característica extraordinaria a la hora de venderlos. Me interesa lo de considerar un mérito el viajar sin lastre, porque trasladado a otros ambientes podría parecernos el estado ideal para un desplazamiento, pero no lo es. En principio, el lastre significa la carga, y una travesía sin carga no tiene objeto, no produce beneficio alguno. Entonces resulta que las cosas tienen que estar bien lastradas para que sean efectivas. Quiero decir que los barcos se diseñan para que naveguen con carga a bordo y no para que lo hagan vacíos. Por eso, hacerlo sin lastre es una dificultad añadida, en contra de lo que nos pudiera parecer. Es decir, la aventura de la vida se presenta como una lucha para vencer las dificultades, no para avanzar en las condiciones de mayor ventaja. Superar las contrariedades es el enfrentamiento permanente que tenemos con nuestra existencia. Con lastre se navega mejor, porque ahí se forja el carácter recio de los hombres fuertes. Por esa razón se diseña los navíos para ir cargados hasta los topes: cuanta más mercancía sean capaces de transportar, mayor será su utilidad. Esa utilidad es la que va de acuerdo con el progreso, traducido en la rapidez y la elegancia con que se surcan los mares. Las novelas empezaron contando un viaje de un héroe por el Mediterráneo, y siguen tratando del mismo tema. Siempre hay una travesía de por medio, porque eso es lo que más se parece a la vida. Lo que no sabía es que estábamos mejor preparados para soportar el lastre que para andar aligerados, libres de toda carga, un estado ideal que casi nunca se alcanza. Por eso me gusta Conrad, me gusta el mar y los barcos. Ahí se aprenden muchas cosas que tienen que ver con la realidad. Lo fácil, lo mollar, es quedarnos en el jardín de las delicias para toda la vida, o hacerle caso a quienes nos dicen que eso es lo mejor que podemos hacer. No es verdad.
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