La teoría del bulo funciona tanto en ataque como en defensa. Existe el bulo y el contrabulo y todo funciona igual que una pared de frontón donde rebotan todas las pelotas que llegan. La DANA no es un bulo, igual que no lo fue el atentado del 11M, tres días antes de unas elecciones. Hoy se equiparan ambas cuestiones en un editorial de El País, igual que se desempolvan los desastres del Prestige, del Yack 42, del no a la guerra, del no es no, y de tantos asuntos sobre los que ha pivotado la política española en los últimos años. Hay una consigna gubernamental de no hacer de esto un casus belli, pero las terminales mediáticas no lo pueden evitar y agitan el panorama con la propaganda que hace desaparecer cualquier intento de moderación. Ahora el PP quiere cobrarse a la pieza de caza mayor llamada Teresa Ribera, y la antepone al presidente Mazón, que se ha hecho fotos de buena voluntad con Pedro Sánchez. A las estrategias de los medios de comunicación se responde con un intento de bloqueo en Europa y esto no es equiparable. Vivimos jornadas en las que las informaciones se presentan con la fugacidad de un relámpago para luego desaparecer. Ayer los medios de la derecha ponían el foco en la comparecencia de Begoña Gómez en la Asamblea de Madrid, mientras los de la izquierda hablaban de las nuevas alarmas, para las que todos han tomado buena nota para corregir sus errores anteriores. Esto no significa que haya cambiado el relato sino que cada uno tiene el suyo, el que cree que mejor le conviene, mientras el resto de la ciudadanía es advertida de la proliferación de los bulos, como si esto fuera a hacerles cambiar de opinión. Estamos ante el cuento del lobo. Dice Nabokov que la literatura empezó el día en que un joven entró en el pueblo gritando ¡qué viene el lobo! y el lobo no aparecía por ningún sitio. El pueblo está hasta el moño de que le cuenten milongas, de una parte y de la otra, de que le mientan un día sí y otro también, de las alertas de que el mundo se va a acabar, de que los sapiens vamos a desaparecer sustituidos por un superhombre cuantificado. Pero este no es el superhombre de Nietzsche, que tiene que huir del planeta, sino justamente el que lo va a expulsar. No somos algoritmos y algún día tendremos que rebelarnos contra los que nos consideran así. Hay demasiados laboratorios a disposición de los asesores del poder que no tienen ningún reparo en manipular nuestros deseos y nuestras opiniones libres para tratar de amoldarlas a una polarización insoportable. Tengo la impresión de que alguien está accionando a una máquina poderosa con la inconsciencia propia de un niño. Por eso jugamos al bulo como quien juega al escondite, elaborando una maraña de miedos insuperables de la que no sabemos cómo salir. Todo es un bulo, nada es fiable. Hasta la ciencia lo es, partida en dos, como la razón, como la verdad, como la justicia y como todo lo que se nos pone por delante en un mundo de desacuerdos permanentes. Mientras tanto, el bulo sirve para poner la mordaza a lo que no se desea escuchar, como si el descrédito de la mentira se transformara en la verdad que cada uno guarda en su bolsillo.
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