España se adormece en los brazos de Bárbara y divide sus opiniones para debatir entre el chantaje y la libertad, entre la delincuencia y la inmoralidad, entre la miseria y el glamur. Hay quienes la bendicen y quienes la desprecian, como corresponde a los símbolos que se exponen en el pimpampum de los medios especializados en el entretenimiento. Bárbara es el paradigma de la España sin complejos, pero también representa a la golfería, a la falta de escrúpulos y al todo vale que tanto éxito parece tener en la sociedad actual. No sé si Bárbara es de izquierdas o de derechas, esto me lo tienen que decir los expertos en análisis ideológicos. Tampoco sé cuál es el número de españoles que están de acuerdo con su papel de mujer terrible influenciando en el terreno político, como una Mata Hari que ha invadido el universo de la prensa sensacionalista con el desdoro consiguiente para las corrientes feministas. Bárbara no puede representar una idea de emancipación, porque, en su reivindicación, revela una venta a bajo precio, o a alto, según se mire, de su integridad moral. Bárbara se confiesa chantajista, y por tanto delincuente, y no le importa porque sigue haciendo caja con su declaración, a veces sincera y otras no tanto, llena de teatralidad, como requiere el medio en el que expone su vida de glorias despreciables. Bárbara tiene una disculpa, que es una más en este ambiente de mentiras, en el que la palabra tiene menos valor que una rata muerta en la boca de un alcantarilla. Bárbara representa una época desgraciada. Por eso tiene la oportunidad de exhibir sus miserias haciendo ver que son producto de la normalidad. Bárbara es un elemento más del negocio, del falso engranaje que nos lleva a vender mercancía averiada y ganar dinero con ello. Bárbara se hace pasar por la víctima de los espías cuando lo que ha hecho es meterse de lleno en los sórdidos subterráneos del poder, donde no hay más que fango pestilente. Bárbara es la descubridora de los beneficios que se le pueden sacar a la máquina del fango. Ella misma es el fango, que salpica a los informadores, a los vendedores de moralina y a quienes la consideran una heroína por haber colaborado a hacer renacer los sueños republicanos. Bárbara acude sola a los platós para someterse al fusilamiento del escarnio a manos de oportunistas con los que previamente ha llegado a un acuerdo. Algunos se llaman expertos porque distinguen entre una corona y una diadema, y conocen el valor y el origen de las joyas que se transmiten del patrimonio familiar a los escotes de las amantes. Bárbara es el desparpajo acostumbrado a que le acepten sus fantasías, es la práctica de la disconformidad de las normas, es el bodrio disfrazado de vedete, es el mejor reflejo de lo que somos. Haríamos bien mirándolos en el espejo que representa y, así, reconocer que necesitamos recuperar algo de nuestra dignidad perdida.
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