tribuna

Ganar

Llevo algún tiempo con la ilusión de querer ganar algo: la lotería de Navidad, por ejemplo, el Niño, la Bonoloto… No sé, algún premio, alguna cosa que me ayude a saber cómo se siente una cuando miras el décimo que has comprado y resulta que coincide con el número ganador, y no das crédito y vuelves a comprobarlo para ver si es verdad que la vista no falla y que lo que estás viendo es lo que estás viendo. Ay dios mío, qué maravilla, qué sorpresa inesperada que tu número resulte ser el ganador. Entonces no hay aire que sofoque tu grito ni vecinos que soporten tus saltos de alegría. Jamás he vivido esa sensación y, con mucha seguridad, no la viviré nunca. No sé nada de estadísticas ni de cuáles son las probabilidades de que esto ocurra, pero entiendo que muy pocas, tantas como la aguja que se cayó en un pajar y aún está escondida entre los refranes de siempre. Sin embargo, la cosa es ilusionarse, por eso nos olvidamos de las probabilidades y nos ponemos nerviosos, como si la posibilidad de ganar estuviera cerca y fuera de verdad y nos aferramos a El Quijote y a su idea de que “Todo puede ser”. Hace nada, nada quiere decir varios días, he estado nominada a un premio literario. Una mañana cualquiera recibes un correo y lo lees y lo que has leído afirma que eres finalista de un galardón importante y entonces todo tiembla, tiembla como si en lugar de letras lo que lees fueran números y, como la mente es poderosa, empiezas a imaginarte dando saltos con la botella de champán como en esas imágenes de la tele cuando el Gordo o cuando el Niño o cuando cualquier premio toca y es como una lluvia que empapa todo de alegría. En este caso, el temblor también es satisfacción porque no has ido al quiosco a comprar un décimo, sino que lo has hecho tú, la novela la has escrito tú con la indecisión de poder hacerlo bien o de saber hacerlo bien o de ambas cosas a la vez. Pero el correo te ha dicho que sí, que es buena, incluso hasta muy buena debe ser porque uno de los títulos finalistas es el que elegiste para tu novela y, en ese momento, adviertes que estás más cerca de encontrar esa aguja tanto tiempo escondida, esa aguja que pincha y que ojalá que sí que aparezca y puedas sentir en primera persona la alegría del ganador. Te proyectas en el sí y es que, aunque dicen que ser finalista ya es un premio, quieres ganar, saltar de alegría y beberte todo el champán como esa gente de la tele. Entonces llega el día y el fallo del jurado y la espera y nervios y la espera y resulta que, finalmente, el nombre que pronuncian no es tu nombre y, en tu lugar, hay otra cara ajena y otro título. Qué pena, no pudo ser. Buscas la tristeza porque el momento debe ser triste y sin champán, aunque los abrazos van y vienen hacia ti porque, no pudo ser, pero disfruta de esta copa de vino, mujer, y come algo que el cóctel qué rico que está. Madre mía, has llegado hasta aquí, así que una foto contigo y la familia y las amigas tan guapas tan cerca tan ellas. Y se acaba el vino y la noche y, a pesar de que la respuesta fue no y de que no hubo galardón, el champán hierve por tus venas, las llena de burbujas transparentes que flotan dentro y fuera de tu cuerpo como si el aire fuera de las nubes. Así lo sientes y eso que no has ganado y es de otro la noche y el premio y los honores. Sin embargo, al día siguiente observas las fotos y en ellas hay risas y abrazos que dicen lo contrario. Te despiertas aturdida por una resaca que sigue siendo emocionante y vuelves a la noche y aún sientes las burbujas, la felicidad de haber estado y de haberlas compartido, de sentir los nervios en el otro, la ilusión en el otro, las ganas en el otro y entonces lo que importa es que estás feliz y que sabes que no hay nada ni nadie que ensombre tu dicha. Recorres de nuevo las fotos y los rostros amigos que sonríen y el amor que en ellos se dibuja y, a pesar de que no sabes nada de estadísticas, sientes que esa noche es un regalo que será para siempre, para el recuerdo y la memoria, porque allí estaban todos: la escucha, la paciencia, el abrazo, la valentía, el amor, el ánimo infinito. Así que solo queda agradecer un premio del que, sin saberlo, ya eras ganadora.Ay mujer que tan despistada caminas por la vida, obstinada en que los números coincidan y obviando que la suerte está frente a ti, justo a tu lado. Solo tienes que ampliar la mirada y observar alrededor, levantar la vista para disfrutar y verlas volar porque están ahí, tan cerca, queriéndote, todas ellas, amables y amigas, compañeras de vida, con sus formas infinitas que vienen y van, ellas son y serán siempre para ti todas las nubes.

TE PUEDE INTERESAR