cultura

La isla de Tenerife honra a Cristino de Vera, el pintor de la luz y el silencio

La presidenta del Cabildo, Rosa Dávila, entrega en Madrid al artista la Gran Distinción de Nivaria, para “reconocer su legado como patrimonio insustituible de nuestra sociedad”
Cristino de Vera y Rosa Dávila, durante el acto de entrega de la distinción celebrado ayer. / DA

La presidenta insular Rosa Dávila entregó ayer jueves la Gran Distinción de Nivaria al pintor tinerfeño Cristino de Vera. En el acto, que tuvo lugar en la Oficina de Canarias en Madrid, Dávila puso de relieve la trayectoria y el valor de la obra del artista, “que ha llevado el nombre de Tenerife a las más altas cotas del arte contemporáneo”. La concesión de la Gran Distinción de Nivaria para Cristino de Vera fue aprobada en el Pleno de la Corporación insular por unanimidad.

“Con la entrega de la Gran Distinción de Nivaria añadimos un nuevo capítulo a su dilatada biografía, reconociendo su legado como patrimonio insustituible de nuestra sociedad. Este galardón es nuestra forma de agradecerle el hacer de la luz y el silencio una obra de arte, por llevar el nombre de Tenerife a los más altos foros del arte mundial y, sobre todo, por recordarnos que el arte es, en esencia, una expresión de la vida misma”, señaló Dávila. “Es un honor para Tenerife tenerte como hijo predilecto y, a partir de hoy, como merecedor de nuestra más alta distinción”, expresó la presidenta insular al artista.

Dávila estuvo acompañada por el viceconsejero de Presidencia del Gobierno regional, Alfonso Cabello; los consejeros insulares de Presidencia y de Cultura, José Miguel Ruano y José Carlos Acha, así como los también consejeros Aarón Afonso y Ana Salazar. Asimismo, a la cita acudieron la delegada del Gobierno de Canarias en Madrid, Rosa Aguilar, y la presidenta de la Fundación CajaCanarias y de la Fundación Cristino de Vera, Margarita Ramos.

EL ITINERARIO

Cristino de Vera nace en Santa Cruz de Tenerife en 1931. Ingresa en la Escuela de Artes y Oficios en 1946, donde tiene como profesor a Mariano de Cossío, su primer maestro. Asiste a la vez a clases de dibujo en el taller del escultor Alfonso Reyes y trabaja con su padre como representante de productos farmacéuticos.

En 1951 se traslada a Madrid y, merced a De Cossío, entra bajo la tutela del pintor Daniel Vázquez Díaz, con quien estudia arte junto a otros discípulos, como Rafael Moneo o Canogar. Durante su estancia en Madrid, un Cristino de Vera de 17 años pinta con luz natural mientras escucha música en su estudio.

De Vera entra en contacto con los grandes maestros del Museo del Prado, donde pasa las tardes y queda prendado de las obras de Zurbarán. También frecuenta el Casón del Buen Retiro y el Círculo de Bellas Artes madrileño, que, junto a sus clases en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y su asistencia a exposiciones como la I Bienal Hispanoamericana de Arte, van gestando en él un estilo y una estética que se tornan únicos e inconfundibles con el tiempo.

Cristino de Vera es un artista enigmático y a la vez fundamental en el arte español contemporáneo

EL VIAJE

En 1962 recibe una beca de la Fundación Juan March para viajar por Europa. Ávido de ver mundo y descubrir el arte de cada lugar, el pintor se convierte en un viajero incesante. Durante los 60 visita lugares como Francia, Italia, Bélgica y Holanda. Logra ver las obras de Boticelli en la Galería Uffizzi de Florencia; en París, a Picasso; saludar a Cocteau o dar la mano a Giacometti. Al finalizar escribe la memoria de viaje que exige la beca y que está recogida en el libro La palabra en el lienzo, publicado por la Caja General de Ahorros de Canarias en 2006. En los 70, continua el periplo por Europa con su mujer, la psicóloga Aurora Ciriza, su apoyo incondicional.

Sin dejar de visitar Canarias, llega a Nueva York en 1974 y, en 1979, realiza varios viajes por Japón, Bangkok, Nepal y China, la India, México, Egipto, Marruecos, Roma, Paraguay y Brasil.
Son años difíciles, intensos, en los que se están construyendo los cimientos de la cultura de la democracia en España y su pintura se presenta como congelada en el tiempo, al servicio de la meditación y de la contemplación. Una nueva mística que, después de idas y venidas en exposiciones, individuales y colectivas, hacen de Cristino de Vera un artista enigmático y a la vez fundamental en el arte español de finales del siglo XX.

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