El incendio de Los Ángeles sirve para que los republicanos culpen a los demócratas, los bomberos a la alcaldesa y los activistas del medio ambiente al cambio climático. Más o menos igual que en España con la dana de Valencia. Anoche había una luz refulgente que hacía innecesario el alumbrado. La veía enfrente y me acordé de las lámparas led de Abel Caballero, una minucia comparadas con la energía que puede reflejar nuestro satélite. Entonces me dije: ¿será esta la luna de Valencia? Estar a la luna de Valencia es andar despistado, como perdido, sin norte y sin un lugar donde refugiarse. Pues nada de esto es lo que me sugirió esa luz escandalosamente blanca que aparecía en el cielo como un farolillo de fiesta. Más bien todo lo contrario. La luna es el recuerdo del sol en la noche, la esperanza de que, en unas horas, volverá a salir por el horizonte, el convencimiento seguro de que no se ha ido del todo. Y yo con estos pelos creyendo que estar a la luna de Valencia consiste en no saber a dónde ir, avanzar por un laberinto sin salida.
Esta mañana ha salido el sol. El cielo está despejado y esto, para algunos, representa una anormalidad, porque en enero debería estar nublado y lloviendo, olvidando lo que dice el refrán, que en abril aguas mil y que marzo ventoso y abril lluvioso hacen a mayo florido y hermoso. Lo del incendio de Los Ángeles ha puesto el dedo en la llaga sobre una injusticia salarial: los presos voluntarios que se apuntan a bomberos para redimir la pena sólo cobran 27 dólares al día, cuando uno de plantilla tiene un salario de 85.000 al año. Escandalazo.
Los que están a la luna de Valencia son los jueces, que no les hacen caso a los periodistas que dicen la verdad y a la vez imputan a personas inocentes por denuncias basadas en recortes de prensa. En mi época, iba a las Siervas de María para que me dieran un papelón con recortes de hostias. Yo sabía que, aunque la oblea estaba hecha con la misma harina, una estaba sin consagrar y la otra no, igual que las noticias que se convierten en verdaderas; es decir, en el cuerpo de Cristo, en función del periódico que las publica. Todas estas cosas se me ocurren por la mañana leyendo El País. El País es una gran fuente de inspiración y un modelo para apercibirte de la realidad si lo logras descifrar. Es un extraño oxímoron con una intención oculta. Como un jeroglífico que te lleva a descubrir lo que hay en el interior de la pirámide. Yo disfruto mucho con este ejercicio, como si fuera un buen libro que te hace reflexionar sobre lo que no dice. ¡Hay tantas cosas en las que estamos a la luna de Valencia! Anoche la vi, con un blanco blanquísimo, opaco y contundente, robusto y todos esos adjetivos que se emplean ahora para que las cosas no sean discutibles. Me alegré de saber que el incendio de Los Ángeles no lo originó el cambio climático, sino que lo generó un pirómano, y que los culpables de la catástrofe son los demócratas, los bomberos y los explotadores de la desgraciada población reclusa que quiere reintegrarse en el mundo de la normalidad. Menos mal que alguien me habla de la realidad para sacarme de esa fantasía en la que me tiene abducido la luna de Valencia.