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La política de la infamia

Fiel a su condición de político implacable y maquiavélico, que todo lo sacrifica a la obtención y conservación del poder, que es su único principio, Pedro Sánchez ha ideado otro trampantojo para desviar la opinión pública, la atención, sobre la crisis permanente en la que se desenvuelve su Gobierno, en el que una vicepresidenta califica de mala persona a un ministro. Lo ha anunciado como una serie de actos que tendrán lugar durante el año que ahora comienza para conmemorar el aniversario del inicio de la actual democracia española. El problema es que en el año que ahora comienza no se celebra ningún aniversario de la democracia española, y lo único reseñable es el fallecimiento del general Franco en noviembre de 1975. Se trataría, entonces, de celebrar la muerte de una persona, lo que parece el colmo de la miseria moral y la infamia, una ignominia intolerable, excesiva incluso para un político como Pedro Sánchez. El respeto a los muertos es común a todas las culturas, con independencia de lo que haya hecho o dicho en vida, y, por ejemplo, la dignidad de los enterramientos es el argumento que justifica las exhumaciones que se están llevando a cabo en nombre de la memoria democrática.

Por si no fuera suficiente, muchos políticos, y no sólo Pedro Sánchez, lamentan que Franco muriera en la cama. ¿Lamentan que no fuera fusilado o que no muriera en un atentado? ¿Son partidarios esos políticos de la pena de muerte? Parece que la política de la infamia ha arraigado entre nosotros.

Hemos de reconocer que Pedro Sánchez une a sus cualidades de político implacable que todo lo sacrifica a conseguir y conservar el poder una notable buena suerte. Porque tiene que hacer frente a una oposición sin rumbo liderada por un Núñez Feijóo cuya autoridad en el partido es más que débil. Reunió a sus líderes regionales para hacerles firmar una declaración de compromiso de no reunirse por separado con Sánchez; y faltó tiempo para que hicieran todo lo contrario. Mientras tanto, sus colaboradores más directos hacen equilibrios con el lenguaje para justificar tales contradicciones. Lo mismo ha ocurrido con la situación en Venezuela. La presidenta madrileña reclamaba que sacaran de allí a Edmundo González porque corría peligro, lo que era cierto y es precisamente lo que ha hecho nuestro Gobierno. Pero cuando lo hace, la misma presidenta y los dirigentes populares lo critican porque, según ellos, le han despejado la situación a Maduro librándolo del opositor. Un opositor cuyo único horizonte futuro en Caracas era acabar refugiado en una embajada que los chavistas podían asaltar en cualquier momento o bien torturado y ejecutado. Porque la dictadura venezolana sigue el modelo de la Rusia de Putin. Se celebran elecciones fraudulentas, pero los candidatos de la oposición no sólo son derrotados, sino que su vida corre un peligro más que cierto.

La penúltima tontería de los populares ha sido trivializar las alusiones a la muerte de Franco hablando de su flebitis. Así, entre la impotencia y el patetismo popular, seguirá Pedro Sánchez sorteando la legislatura apoyado en la ignominia de los que lamentan que Franco no muriera violentamente; apoyado en la política de la infamia.

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