Cada vez viajo más a disgusto en el Tranvía de Tenerife. Será la edad. Será la mala educación del ganado. ¡Ay! Sufrido tránsito que soporta la ordinariez provinciana. Atrás quedan soplos de vanguardia y efervescencia cultural. Poco queda de la revulsiva primavera de versos atlánticos entre Santa Cruz y Tacoronte.
El erial contemporáneo rezuma grosería en movimiento. La basteza viene y va en vagones gratuitos. Exasperan las conversaciones telefónicas a troche y moche, los dramones y chismorreos. Irritan los seres humanos de cualquier edad que comparten el audio del teléfono móvil: contenido basura para cerebros vacíos, música electrónica, rap, trap latino o reguetón: “To’ los hombres somo’ iguale’ / Solo queremo’ montar en un MacLaren / Dinero, mujere’ y abdominale’ / Sé que te duele, pero, baby, es la verdad” (Quevedo). Pululan, además, ejemplares que utilizan auriculares, pero el decibelio alto (asistimos al crecimiento de una generación sorda) provoca que el chunga chunga perturbe igual. En cuanto a la muchachada que dispone los pinreles sobre el asiento de enfrente y atropella antes de dejar salir, mejor no perder la calma. Son casos perdidos. Perrea, perrea. En general, esta gente cae hacia adelante y come hierba. La casuística de la necedad es infinita. El embobe inconsciente, propio de las bestias que pacen, lacera la mesura. Así caminan o más bien se enfangan en sus heces. Pocas luces.
Y a perro flaco todo son pulgas. Aburre el aviso persistente de que el Tranvía circula al ochenta por ciento de la frecuencia habitual debido a una huelga diaria que afecta a tres tramos de dos horas cada uno con gran demanda (por la mañana temprano, mediodía y por la tarde). Estamos hasta la coronilla de que cuatro sindicalistas amarguen el servicio a causa de un conflicto enrocado en el hastío. El Comité de Huelga reclama la retirada de la arena de sílice del sistema de frenado de los tranvías, pues cuando genera polvo puede inhalarse originando riesgos a largo plazo. De hecho, la Unión Europea la reconoce como agente carcinógeno. No obstante, para que se produzca un daño a la salud deben darse unas condiciones de exposición directas y prolongadas en el tiempo. Y no es el caso. El personal de Metropolitano que opera con este mineral de forma ocasional lo hace con equipos de protección individual, mientras que maquinistas y demás plantilla no se exponen.
Pese a esta realidad, en absoluto alarmista, Metropolitano lleva meses estudiando con Alstom (fabricante multinacional francés de material rodante en el mercado ferroviario) la sustitución de la arena de sílice por silicato de calcio. Tanto es así, que los buenos resultados obtenidos aventuran a que se implantará en próximas fechas. Sin embargo, los sindicatos UGT y Comisiones Obreras (se están quedando solos) no reconocen el esfuerzo y persisten en la contienda. ¿Por qué? ¿No estarán buscando una jornada laboral de treinta y cinco horas semanales? ¿Reclaman otras prebendas?
El empeño de la Empresa en encontrar una salida en consonancia con Inspección de Trabajo, el Instituto Nacional de Silicosis, Servicios de Prevención…, beneficia también a los medios de transporte guiados presentes en el Mundo, ya que el empleo de la arena de sílice es mayoritario. O sea, la solución que en la actualidad maneja Metrotenerife puede ayudar a cambiar el modelo.
Por el momento, contradiciendo declaraciones malintencionadas, ninguna persona vinculada profesionalmente al Tranvía ha sido diagnosticada con una enfermedad relacionada con el polvo de sílice (neumoconiosis o silicosis) y así parece que va a continuar. No hay sangre ni río.
Qué difícil abstraerse en el Tranvía rodeado de fastidios, demonios y hocicos. Quién fuera pluma que llevase el viento o durmiente pasajero.