He visto una serie turca en Antena3 y me he dado cuenta de que los turcos son iguales que nosotros, que los hay buenos y malos, tontos y listos, como en todas partes; y, sobre todo, que el deseo de los relatos, para que sean aceptados por la mayoría, es que sea el bien el que triunfe, a pesar de que en la vida real no ocurra siempre así. También conozco a algunos chinos y he descubierto a escritores de ese país y pasa lo mismo. Cuando leo a Murakami compruebo que los japoneses son muy parecidos a nosotros en lo esencial; igual me pasa con los autores norteamericanos que, por más que se empeñen algunos, sienten y padecen como cualquier hijo de vecino. Al conejo de John Updike me lo puedo encontrar a la vuelta de la esquina, lo mismo que a la mujer de la limpieza de Lucía Berlin, o a cualquiera de los personajes de James Salter, con el que estoy disfrutando ahora. Cómo te diría yo… es igual un canarión que un chicharrero, y mis amigos de Barcelona o de Bilbao en nada se diferencian de los que tengo en Madrid, como tampoco de los que tengo en la izquierda y en la derecha, que a todos trato con el mismo afecto.
He hablado últimamente del libro de Leila Guerriero y lo que me sorprende es el esfuerzo por derribar esa frontera de deshumanización que las doctrinas pretenden inocular entre los bandos para que parezcan formar parte de una tropa de moros y cristianos, con sus marchas musicales y sus trajes de lujo incluidos. La fiesta de moros y cristianos me resulta muy ilustrativa porque en ella, después de la pantomima, todos acaban tomando copas en el mismo bar. Nuestra vida consiste en montar un circo con las cosas consideradas habituales para tensionarlas y ganar adeptos en la simulación de la batalla. La serie turca se desarrolla en un hospital y hay médicos buenos y otros malos malísimos que ponen zancadillas a sus compañeros, movidos por la intención de medrar y por la envidia. Si esto sucede en el interior de un centro donde lo que prima es la ayuda a los demás, excuso decir lo que ocurre en otros ambientes. Pues en eso, igual que en el resto de los asuntos, también somos iguales sin tener nada que ver con la nacionalidad, la raza, la clase o la ideología. Ni siquiera la educación interviene en esto, ni la inteligencia, aunque ayuda bastante a corregir estas tendencias. Yo intento cada día armar un texto que invite a la no beligerancia, pero no lo consigo del todo, porque siempre hay alguien enfrente que no estará de acuerdo si no le regalo el oído. Ya saben aquello de que el que no está conmigo está contra mí, que es el componente de todos los fanatismos, incluidos los religiosos que nos resultan más cercanos. A partir de anoche, me he reconciliado con el pirata Barbarroja, con el gato de Tom y Jerry, con la Reina de Corazones y hasta con el mago de Oz.