por qué no me callo

¡Patas arriba! ¡Quieto todo el mundo!

Tejero, en su bravata golpista, gritó en el Congreso: “¡Quieto todo el mundo!”, y añadió después: “¡Todos al suelo!”.


Trump parece gritar lo mismo. Pero el mundo, en su boca, es el mundo global. Y desde que él volvió, está patas arriba, una metáfora de Galeano. Está al revés, con el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies. Así que, para entenderlo, hay que leer a Eduardo Galeano, que hizo la alegoría en aquella obra en 1998: Patas arriba. La escuela del mundo al revés.
La paz de Ucrania, guerra que este mes cumple tres años y que hoy reúne en Arabia Saudí a EE.UU. y Rusia, sin Ucrania ni la UE, no va a ser como se creía. Ni la entente americana con Europa volverá a ser lo que era.


El nuevo hombre fuerte en la Casa Blanca se entiende mejor con autócratas que con demócratas y desconfía de especímenes progresistas. Su mundo ideal es de ultraderecha y sacar tajada.


La Conferencia de Seguridad de Múnich ha sido reveladora. Parece “querer pelea”, dice de él Kaja Kallas, la sucesora de Borrell al frente de la diplomacia europea. No es el orden mundial, sino el desorden del mundo un mes después de su toma de posesión. Quien quiera reírle las gracias, que lo haga. Pero están cayendo bombas lacrimógenas.


En España tiene su peña de correveidiles. Es cierto que con pulsiones ultras como él, mientras la derecha tradicional se reserva la opinión. Pero no es una brisa, sino un vendaval: estamos ante la mayor amenaza para Europa -ínsulas incluidas- de los últimos 80 años, desde la Segunda Guerra Mundial.


Hay quienes, con esa condescendencia jocosa, disculpan al sujeto sentado tras el escritorio del Despacho Oval junto al ricachón con el niño a la pela, y risas y fiestas. Pero lo que viene caminando no es peccata minuta.


Esa subespecie política llamada J. D. Vance, que no se ha visto en otra, era el que decía en campaña que los migrantes haitianos se comían los perros y gatos de los indefensos ciudadanos de Springfield. Y luego fanfarroneó, “me lo inventé, sí, ¿y qué?”. En Múnich, ya no como escudero bocazas del candidato, sino como el número dos de la primera potencia del mundo, se soltó un discurso que hubiera suscrito Hitler.


El mayor peligro de Europa no son Putin y Rusia, sino el cordón sanitario a la ultraderecha, dijo, y de ésta, reivindicó a la Afd, como hizo Elon Musk, a las puertas de las elecciones alemanas de este domingo. Angela Merkel puede sentirse habitando otro planeta. Ella misma llamó al orden a su sucesor en la derecha teutona cuando votó restricciones migratorias con la Afd, donde hay voces que relativizan el Holocausto y dulcifican el nazismo como una “cagadita de pájaro”.


El espectáculo actual tras abrirse el telón confirma la peor de las hipótesis. Veníamos de conjurarnos por si el ruso nos atacaba, y resulta que el que nos embiste es el socio, EE.UU., cuyo presidente declara una guerra comercial a Europa y acaba con décadas de mutua confianza. Ahora sí que la UE está sola y tiene que buscarse la vida. Un hombre con desgarros de guerra exhorta a los europeos en estos términos: “Por vuestro propio bien, de vuestras naciones, vuestros niños, vuestras casas… Creo que ha llegado el momento de tener unas fuerzas armadas europeas”.


Son las exequias del viejo eje trasatlántico, con la OTAN en un limbo. Si se rompiera el actual pacto europeo de derecha e izquierda que preside Von der Leyen y tomaran las riendas la ultraderecha y la derecha tradicional, como quería Feijoo cuando vetó a Teresa Ribera, otro gallo nos cantaría. Trump tiene tirria a los socialistas.


Ya se escuchan palabras mayores. Europa piensa activar la cláusula de escape para invertir en defensa, prevista en situaciones excepcionales. Cualquiera diría que nos preparamos para una guerra. Con Rusia y EE.UU., aparentemente, en el mismo bando. La paz se ha convertido en una coartada; se negocia, sí, pero para hacer negocio, en Gaza como en Ucrania, donde el botín son sus tierras raras. Y para eso no sienta en la mesa a los europeos, que ayer se reunían con Macron, desconcertados.


Es la nueva política internacional de Occidente: hacer dinero y aupar a la ultraderecha para menoscabar la democracia, esa engorrosa formalidad. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

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