Miguel Bosé ya me parecía tonto antes de hacerse negacionista. Todo lo que pudo llegar a ser después es consecuencia de lo primero. Estaba oyendo en la radio a gente joven, que se dedica a la investigación, hablando sobre el covid y el éxito indiscutible que tuvieron las vacunas y la reacción de las administraciones, siempre luchando en contra del bulo y la desinformación. A pesar de todo, la desinformación existe y estamos expuestos a ella cada día. La desinformación también es la deformación de la realidad a través de la desmesura de la propaganda política. Esta es la que genera un estado de absoluta desconfianza. Porque las tonterías de Bosé son identificadas al instante y las otras no. Mi deseo es vivir en una sociedad de confianza, pero entiendo que eso no puede ser. La democracia persigue la igualdad de oportunidades, incluso para mentir, y los detectores de embustes no existen, cuestan demasiado caros o son sofisticados. Elementos que están muy lejos de que yo los entienda. Así que me conformo con seguir inmerso en un jeroglífico que voy descifrando para llegar a colegir algo que se parezca a la verdad. A veces me desanimo y concluyo que la verdad no existe, que está oculta y, por eso, los antiguos griegos consumían buena parte de su tiempo en encontrarla. Por algún sitio andará. La vida se nos acaba y seguimos haciéndonos las mismas preguntas. A veces pienso que la madurez consiste en no hacerse ninguna, en eso que llaman conformidad, y llego a la conclusión de que la paz no es otra cosa que una renuncia. Pero, ¿a qué hay que renunciar? ¿A mirarte al espejo? ¿A aceptar que el peso de los años ha podido con tus energías? ¿A pensar que has perdido el derecho a ser querido? ¿A no aprender a vivir con la soledad como única forma de subsistencia? Al fin, creo que no debo detenerme en ninguna de estas cuestiones. Estar vivo es percibir lo que tienes a tu alrededor, es transmitir con palabras eso que percibes, admitir la enorme posibilidad de comunicación que te ofrece la tecnología. Sentado ante el ordenador, y recibiendo informaciones que se reflejan en los satélites con que hemos inundado el espacio, recuerdo cuando los indios hacían señales de humo para avisar de que se acercaba el séptimo de caballería, o hacían sonar sus tambores en el Cañón del Colorado, o en el parque de Yelowstone por donde andaban a sus anchas los bisontes. Realmente no hace tanto tiempo, cuando iba al matiné y empezaba a patear el suelo al galope de los caballos. Eran otros tiempos, pero ahora me he dado cuenta de que la única forma que tengo de ser actual es conjugar este recuerdo con la realidad que vivo. Entonces es cuando estoy en la realidad, en mi realidad, y Miguel Bosé me seguirá pareciendo tonto haciendo coreografías vestido de Locomía mientras saca su voz rota por el disparate para afirmar que las vacunas matan, y otras cosas peores.