tribuna

El decreto de Canarias

Cuando los menores africanos en Canarias se convirtieron en caballo de batalla, la polarización los deglutió y pasaron a engrosar un argumentario feroz con tintes racistas. El papa quiso venir a visitarlos, antes de enfermar, y pidió solidaridad, en presencia de un “pecado grave”, a los políticamente xenófobos con teóricas creencias religiosas. No tuvo éxito Francisco, a juzgar por el exordio y el epílogo de esta polémica infausta en España.

A cuenta de los niños no acompañados que han llegado en cayucos se ha hecho un discurso deshonesto. Algunos de ellos habían visto tirar al agua en la travesía los cadáveres de familiares directos. Se desconoce si han recibido la oportuna atención psicológica. Sí conocemos los calificativos de “criminales que nos manda Marruecos”, que les dedicó la ultraderecha madrileña.

Un día, el PP se echó al monte antes que dar el sí de las niñas y los niños en el Congreso, y empezó este bochornoso alarde de filibusterismo. Fue cuando Feijóo reunió a la plana mayor de su partido en un hotel de Madrid, hizo suyas las tesis de Vox y enarboló el espantajo de la seguridad. “Los españoles tienen derecho a salir tranquilamente a la calle”, atizó, y, al día siguiente -era julio de 2024-, el PP votó negativamente la reforma del artículo 35 de la afamada Ley de Extranjería para el traslado de menores acogidos en Canarias y Ceuta. Hemos tardado ocho meses en ver la luz al final del túnel.

Esta percha ha dado visibilidad política al Gobierno canario en los llamados asuntos de Estado. El presidente Clavijo ha merecido editoriales de prensa en medios nacionales por una cruzada justa, en la que ha encontrado a un aliado en el ministro Torres; juntos se impusieron llegar hasta el final. En 2006, Adán Martín ya pidió este cambio legislativo a Zapatero. Siendo tiempos de guerras, esta ha sido una guerra santa, que casi bendice el papa en aquel viaje aplazado.

El jueves no entró en vigor un decreto ley cualquiera. Sino el decreto ley que cambia la historia de la migración infantil en este país. Los sarcasmos de la política; dada la trampa contumaz de la oposición del PP, con el acuerdo del Consejo de Ministros del 18 de marzo se le vuelve en contra el ardid como si fuera una derrota.

Ahora no es un tema opinable, es una ley. Que Ayuso le dijera a Vox que piensa aplicarla, “me guste o no”, y la secundaran Bonilla y Rueda (Andalucía y Galicia), mientras Azcón y López Miras (Aragón y Murcia) acudirán al Constitucional, dice muchas cosas en clave interna. De nuevo era el canon de Ayuso, la baronesa marcaba el paso, cuando Feijóo enmudecía para no incomodar a Vox sobre qué hacer con los niños entrando por el aeropuerto. La “insumisión”, lo llamó Marlaska. La “prevaricación”, Sira Rego. La batalla judicial campal… ¡Arde España!, como se ha normalizado desde el 23J. Y la chispa saltó en Canarias.

Hay un PP subjuntivo en las Islas, instalado en la hipótesis, que perdió las esperanzas de que Feijóo recapacitara y adoptó una disidencia de perfil bajo para salvar el pacto con CC, pero quedó a los pies de los caballos. En Génova asumen que Domínguez ha pausado la disciplina en esta cuestión, pero ningunean su campaneo dubitativo como el de un territorio insignificante comparado con cualquier otro de la Península.

A su vez, la entente Torres-Clavijo y el acuerdo del PSOE con Junts para desatascar el problema desconciertan a quienes en el seno de CC cuestionaban la voluntad de su presidente de apoyar la investidura de Sánchez. Lo sucedido ha repartido enseñanzas y lecturas a diestro y siniestro.

Esta semana, y todas las semanas, el asunto estrella ha sido la inmigración, gracias a la cual ha florecido en Occidente la extrema derecha, cuyo mayor logro es tener a Trump en la Casa Blanca, esa flor. Mazón se prosternó ante el dogma de Vox de no recibir “ni un menor más” a cambio de apoyar sus cuentas, y Feijóo asintió, sin poder adivinar que, 24 horas después, el Gobierno lo impondría por decreto ley. De perdidos al río, que nadie descarte que Mazón desoiga la ley, como Trump ignora a los jueces.

Europa se rearma contra la ultraderecha por los desafectos del americano, pero Feijóo está en la luna de Valencia, que es la luna de miel con Vox. Al revés que la UE, pacta con Abascal, compañero de viaje de Orbán, Le Pen y Salvini en los Patriotas por Europa. Con Trump, desatado el infierno, la derecha no radical se alejó de las malas compañías. Salvo Feijóo. Alguien tendrá que avisar a Génova que la derecha está volviendo al redil en el continente y las cabras ya bajan del monte. O Feijóo se quedará remando a favor de Putin, junto a Abascal, Orbán y Trump, por supuesto.

Visto por el retrovisor, si el 23J hubieran gobernado PP y Vox, España hoy sería una Hungría bis en Europa, daría la espalda a Ucrania y deportaría a los menores, como esos venezolanos que EE.UU. le manda a Bukele por un puñado de dólares por cabeza.

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