tribuna

El odio

El debate sobre la libertad de expresión se ha trasladado de los juzgados a la prensa gracias a la publicación del libro El odio, que contiene las declaraciones del asesino José Bretón, el que mató a sus hijos para vengarse de su mujer. Este crimen vuelve a pasearse por los medios y por los escaparates de las librerías gracias al morbo y al aprovechamiento que de él se hace desde los medios, empezando por la intención oportunista del autor. De éste sólo sé que se llama Luisgé Martín y que ganó el Herralde en 2020. No es un caso aislado en el mundo de la literatura. Ya Truman Capote publicó en 1966 su novela A sangre fría, donde cuenta el crimen llevado a cabo por Richard Hickock y Perry Smith, sobre el granjero de Kansas, Clutter, y su familia. Capote también entrevistó a los asesinos y se dice que llegó a tener una relación con uno de ellos. Esto le llevó a sufrir algún problema, por su condición homosexual y por su afición al alcohol y a la cocaína. El novelista norteamericano, en su función de periodista, inició la escritura del libro en 1959, aunque no fue publicado hasta el año siguiente a la ejecución de los asesinos, en la horca. Hay detalles espeluznantes, como el de que el primero tardó en morir más de 20 minutos. El libro de Capote fue interpretado por una minoría partidaria de la revisión de la pena de muerte, contando, como una de sus valedoras, con el apoyo de Harper Lee, la autora de Matar un ruiseñor, publicada en 1960. No creo que este sea el caso del libro de Luisgé Martín, pero imagino que su aparición causa el mismo revuelo que las novelas publicadas en Estados Unidos hace más de 60 años, que es, en algunos aspectos, el tiempo de desarrollo que nos separa de la sociedad norteamericana, a pesar de que ahora la consideremos en declive. Los programas basura de la televisión se llenan de analistas que remueven la parte más repugnante del crimen sin que exista una reivindicación aparente que lo justifique. Somos una sociedad democráticamente avanzada, pero no lo suficiente para ver nuestros defectos cuando criticamos los del contrario. Capote es un representante de la modernidad neoyorquina, de una cultura underground refinada que tiene su culmen en una novela deliciosa: Desayuno en Tiffany’s, cuya lectura supera con creces el film donde se consagra Audrey Hepburn cantando Moon river. Ahora nos toca considerarnos superiores a ese mundo que antes admirábamos como una escuela para el progresismo, pero, en realidad, hacemos lo mismo que ellos sólo que con 60 años de diferencia.

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