por qué no me callo

El silencio de las armas y el silencio de los corderos

Marzo es buen mes para la paz. Pero aún no suenan esos clarines en Europa, sino que se oyen tambores de guerra. En toda esta ceremonia del alto el fuego en Ucrania, hay tragedia griega y gato encerrado, teatro y alta traición.


Ahora ya sabemos que la invasión no duró 48 horas, sino tres años, en medio de la pandemia que estos días cumple cinco. Y, en consecuencia, Europa no habla de otra cosa que del rearme, por si la historia se repite.


La Brújula Estratégica de Borrell y el Libro Blanco de Von der Leyen nos cuentan otra Europa militarista que piensa invertir 800.000 millones de euros en su no Ejército actual, como el despertar de un mal sueño. La UE era un concierto económico de países concernidos por la paz. El club nació en el año 1957 (Tratado de Roma) con todos sus precedentes, tras la Segunda Guerra Mundial. Y ahora el estribillo de que viene la tercera guerra mundial va de boca en boca entre los matones que rigen las potencias de esta era, como si no conociéramos el cuento de Putin y el cuento de Pedro y el lobo.


La bolsa americana detesta a Trump por sus maneras tramposas y pendencieras con amenazas de aranceles del 25, el 50 y hasta el 200 por ciento a países y continentes amigos. Y Europa se ha llevado las manos a la cabeza. Lo que era Occidente (ese constructo que parecía imperecedero) se ha evaporado en menos de dos meses. Como en un tsunami, somos los efectos de una devastación. Europa se ha quedado con el trasero al aire y se las apaña como puede para taparse las vergüenzas y enfrentarse a los depredadores. De ahí el oxímoron rearme en labios de la UE. En las cumbres de Londres y París se oye a dos voces hablar de la paz y la guerra, entre tanto bandidaje en la política internacional.


Ahora que EE.UU. se ha pasado al otro bando frente a la cenicienta Ucrania, el lobo se disfraza de gran pacificador. Marzo es un buen mes para sellar la paz en la guerra de este trienio. Pero es una paz de gallos tapados, con trapicheos. En Arabia Saudí, Zelenski hizo piña con el secretario de Estado americano, Marco Rubio, para que Rusia no tuviera excusa. Es el silencio de las armas. Pero también el silencio de los corderos.


El truco viene ahora, hoy martes, en que Trump y Putin hablarán a solas por teléfono y acordarán, no lo justo, sino lo que les convenga a los dos. El propio Rubio desconfía de que el ruso esté mareando la perdiz. Pero este secretario de Estado, enfrentado a Musk, a lo mejor tiene los días contados.


Trump no juega limpio. Tras la bronca con Zelenski en el Despacho Oval, le negó los suministros de armas y de inteligencia, y qué casualidad que, al día siguiente, Putin entró como Pedro por su casa a recuperar Kursk, sabiendo al enemigo ciego de la información privilegiada de EE.UU. Irónicamente, Trump le pide a Putin, “perdónales la vida”, en alusión a los soldados ucranianos acorralados en Kursk gracias a ese favor al ruso. Estos dos compinches son los que negocian hoy una tregua de 30 días y los territorios ocupados. Triste Ucrania, tres años dejándose la piel para que ahora la arranquen a pedazos dos tahúres, tan tahúres como truhanes.


El primer ministro británico, el laborista Keir Starmer, un hombre conmocionado al que le ha caído el mundo encima tras su arrolladora victoria electoral, no se fía y promueve -invocando a Churchill- una fuerza de paz sobre el terreno. Tanto Londres como París (las dos naciones con argumentos nucleares en Europa), tanto Starmer como Macron -Churchill como De Gaulle- compiten lealmente por liderar esta crisis que está refundando la UE, 80 años después de la paz de verdad, con la OTAN temiendo el desguace si Trump se va.


Putin amenaza con ucranizar a sus vecinos. En la ruleta están Alemania y los países nórdicos y bálticos, que ya se preparan para una guerra premonitoria. Y hasta España ha abierto el buzón de planes para un riesgo bélico. ¿Habíamos oído algo semejante en nuestras vidas?
Marzo, pese a todo, tiene la paz en la punta de la lengua. Pasado mañana es primavera.

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