Quizá ese sea uno de los rasgos que mejor defina hoy lo que es el poder: la capacidad de generar miedo y propagarlo. De la misma manera, entonces, resultará un ejercicio de poder oponerse a ese miedo, sin caer en la ingenuidad y la renuncia”. Esto escribe José Luis Sastre en su columna de El País titulada “¿Es ingenuo vivir sin miedo?”. Yo preguntaría si es racional vivir sin miedo o, mejor aún, si es posible hacerlo sin faltar a lo políticamente correcto, porque lo más frecuente es que te tachen de negacionista. Hay una afirmación que define al mundo en que vivimos y es que las emociones se han convertido en ideologías y son más aprovechables para alcanzar los objetivos del poder. Esto lo dice Josep Ramoneda: “Desde Occidente se ha puesto empeño en construir un nuevo enemigo, porque el miedo es siempre una ayuda para el gobernante”. Hace muchos años que vengo pensando que nuestras sociedades avanzadas están fabricando un abstracto al que hay que temer, que reside fuera de nuestras posibilidades de control y al que hay que rendir obediencia, como si se tratara de un dios tirano. Es una idea primitiva, pero no podemos evitar la tendencia a volver al primitivismo. Siempre con el mito del eterno retorno a cuestas. Lo malo es que estas sumisiones se visten de pureza ideológica, cuando en realidad lo que pretenden es ser indiscutible, como ocurre con todo lo que se fía más allá de nuestro albedrío. Por eso genera miedo y por eso es tan efectivo. Por eso lo emocional sustituye a lo ideológico o, al menos, lo ideológico se aprovecha de lo emocional para tratar de permanecer en un ambiente donde ya no tiene cabida. Podríamos pensar que las ideologías son de difícil encaje intelectual en un mundo dominado por otro tipo de servidores, que se ve obligado a dar diferentes respuestas a los problemas con que se enfrenta. Indudablemente, éstas no hay que buscarlas en el terreno emocional, pues ahí seguro que se van a estrellar con la racionalidad. Pero qué racionalidad se puede esperar en un ambiente entregado a la artificialidad, incluyendo este carácter en el comportamiento inteligente de las personas. El miedo prioriza que acciones consideradas necesarias sean postergadas en nombre de la protección de valores cuya existencia imprescindible se basa precisamente en la generación de ese miedo. En este momento, Occidente pasa por un debate que revisa estas situaciones sin que nos demos cuenta de a lo que atañe de manera directa. Una reacción frente a un excesivo alarmismo se presenta como una amenaza que hay que contener para que no derrumbe el castillo de nuestras convicciones superficialmente arraigadas, y a eso respondemos con más alertas y más visiones apocalípticas del futuro. Por esto estoy de acuerdo con la dicotomía que plantea José Luis Sastre en su artículo: oponerse al miedo es tan legítimo, o más, que la inercia de someterse a él, siguiendo ciegamente los dictados del poder basados en el terror y en la ley del silencio.