tribuna

Preocupados e infelices

Vivimos en una bola de piedra rellena de fuego, envuelta en agua, polvo y gases que se comportan de forma violenta. Ahí, a lo largo del tiempo, se generó la vida, como un tumulto imparable, con la vocación final de hacerlo todo entendible. De ahí surgimos nosotros, esparcidos entre las arrugas de la materia lávica, sometidos a catástrofes y a miserias, a triunfos y a imperios, en una situación alternante, como el que viaja en una onda. A veces, la amplitud o la elongación es duradera y otras efímera, pero todo está sujeto a la fatalidad del cambio más tarde o más temprano. La contradicción estriba en que en este panorama de fuerzas desconcertantes, a bordo de un planeta que se desplaza a velocidad vertiginosa, hay unos seres minúsculos que confiesan un deseo incontenible de estabilidad y felicidad. Si esto no se consigue, es porque las circunstancias que nos rodean no son lo suficientemente propicias. Yo creo que se debe a que no hemos admitido la relatividad de las cosas. Por ejemplo, que ese viaje alocado a través de la Galaxia y el que sufrimos arrastrados por ella, nos parece un desplazamiento suave y sin turbulencias, como si fuera el viaje de Sissi por el Danubio. Así lo refleja Stanley Kubrick en su 2001, Odisea del espacio. El Génesis, un libro que pretende definir el origen, lo plantea como una lucha entre el bien y el mal; La guerra de las galaxias, de George Lucas, lo reduce al enfrentamiento entre la fuerza y su lado oscuro; y Robert L. Stevenson, en su Doctor Jekyll y Mr. Hyde, concentra ambas tendencias en una misma persona. Una versión freudiana de la convivencia de los instintos a los que hemos de vencer o comprender. Ando confuso en este ambiente donde todos estamos confundidos con nosotros mismos. El problema es que no sabemos quién representa adecuadamente al bien y al mal. Todo estará en función del beneficio que nos produzca y esto es altamente interpretable a medida de cuáles sean nuestros deseos más íntimos. Hoy leo un artículo de Luz Sánchez-Mellado, titulado “el chochocare”, donde dice que las mujeres son más longevas que los hombres debido a que hablan más de sus cosas entre ellas. Por ejemplo, asegura que tiene un grupo de whatsapp con varias amigas donde comentan sobre cómo atender a la decoración de sus partes íntimas, como si debieran estar a punto para un concurso. Esta me parece una cuestión instintiva bastante interesante, y llego a la conclusión de que si les aporta estabilidad y felicidad, bienvenido sea. Siempre he creído que las mujeres están más dispuestas a disfrutar de esas cualidades. Aparte de esta consideración, a lo que íbamos, que era a la convivencia de la felicidad con el escenario catastrófico que nos rodea, andamos todo el tiempo aportando soluciones a situaciones que se presentan como inevitables. Leo la prensa y compruebo que esto es así. Hoy, por ejemplo, se habla de un libro, que es el tercero más vendido en Amazon, donde una joven americana cuenta su experiencia negativa en Facebook, como si fuera Jesús Infante, expulsado del Opus Dei cuando escribió “La santa mafia”, y del que nadie se acuerda. Yo me sirvo de Facebook para escribir mis experiencias. Recientemente he descubierto que soy un productor de contenidos y les prometo que no sé en qué epígrafe situarme para describir mi actividad laboral. ¡Todo ha cambiado tanto! Este artículo parece deslavazado, pero no lo es si le prestan la atención debida. En resumen, se trata de empezar a preocuparnos por el hecho de estar tan preocupados.

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