tribuna

MAGA

La base MAGA (Make América Great Again) forma parte del 30% de los estadounidenses y es el electorado republicano en el que se apoya Donald Trump. Lo sorprendente es que en esa masa se incorpora mayoritariamente un elevado porcentaje de población marginal y de hispanos. Se trata de un populismo con enorme éxito entre los pobres para favorecer a los ricos. Algo incomprensible.
John Carlin llama la atención de que ese factor, según un estudio reciente, coincide con el 30% de los que leen, o tienen la comprensión lectora de un niño de 10 años. Evidentemente hay muchos niños de 10 años que muestran una capacidad superior a esa media, pero las medias funcionan así, para entendernos. Pongamos que es una casualidad, pero este fenómeno se expande para dejar de ser exclusivamente una característica norteamericana.
A esta circunstancia la llamamos declive y riesgo democrático, pero es en el interior del sistema donde se fabrican estas presencias inevitables. Tengo la sospecha de que un exceso de inteligencia artificial es la culpable de ese déficit de inteligencia a la hora de conformar las mayorías políticas. La pregunta es qué hacemos para salir de este problema. No es tanto radicalización sino incapacidad y carencia de espíritu crítico lo que comprobamos diariamente en este mundo altamente participativo del que se alimentan las redes sociales.
El propio Trump utiliza este medio para comunicarse con sus seguidores y habla en el lenguaje que a ellos les gusta escuchar, por eso cuando se refiere a que algunos países se avienen a negociar sus pretensiones dice que le besan el culo. No es exclusivo de los Estados Unidos. Si repasamos el contenido de los relatos que se construyen en las mesas de debate por tertulianos, informadores y similares podemos comprobar que no se alejan mucho de esta miseria intelectual, dirigiéndose a masas adiestradas, como esa MAGA inculta que decide quién va a gobernar al mundo.
Esta situación hace que veamos a Xi Yin Ping como el paradigma de un orden deseable, y no lo es. A mí me cuesta mucho esfuerzo mantener mi independencia a la hora de dar una opinión. Seguramente es porque me resisto a utilizar un lenguaje que solo sea entendible por niños de 10 años, o por personas adultas que se han acostumbrado a la posición conforme de un lavado de cerebro, el estado feliz de los que no se complican la vida, otra forma de entender la pertenencia a una MAGA que se expande como una macha de aceite por todo el planeta.
El pasado sábado leía un artículo de Javier Cercas hablando de antipolítica y comprobaba cómo ese concepto se extiende a todo el ámbito ideológico. Es un problema de adopciones, de adicciones y de incapacidades manifiestas para intentar pescar en las lagunas de la ignorancia.
Donald Trump no es el único malvado, ni Putin el único asesino invasor, ni Maduro el único déspota, ni Ayuso la única loca. Hay donde elegir en el muestrario de un mundo que se acerca al disparate de la ingobernabilidad a pasos agigantados.

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