tribuna

Nepal, un sueño que fue real

Anoche soñé cuando estuve en Nepal. Sí, fue un sueño. Incluso me lo pensé mucho a la hora de escribirlo para todos ustedes, pero al final accedí. En 2015, hubo un gran terremoto que dejó unos 9.000 muertos. Luego hubo otra réplica que causó verdaderos destrozos materiales. Cuando nosotros llegamos con Cooperación Internacional Dona Vida a Nepal, el país asiático estaba en reconstrucción. Desde las alturas, se podía divisar algunos templos destrozados. También, cómo el agua bajaba por las altas e imponentes montañas del país nepalí. Una vez que logramos aterrizar en el aeropuerto de Katmandú, la mayoría de los templos budistas estaban en el suelo, cuya cicatriz natural por los terremotos todavía se podía ver. Es decir, carreteras abiertas en canal y autopistas levantadas como si de plumas de aves se tratase. Aunque ya había pasado unos tres meses del gravísimo suceso, todavía quedaban muchas huellas al descubierto. Incluso, un cierto olor a putrefacción de muchos cadáveres que fueron sacados de los escombros de una ciudad que de la noche a la mañana fue engullida por un terremoto muy fuerte. Por lo menos, ésa fue la sensación que a mí me dio. Lo que sí me llamó la atención fue cómo muchos supervivientes trabajaron día y noche con palas, asadas y picos, contando también con la ayuda del Ejército, con el propósito de resucitar nuevamente Nepal. Mi buen amigo y presidente de la organización Internacional Cooperación Internacional Dona Vida, Germán Domínguez Naranjo, junto con los voluntarios sanitarios de Cuenca y la compañera vasca, pero afincada en Gran Canaria, May, se dieron cuenta de la gravedad y fuerza de estos terremotos. Sin duda, por las causas que desconozco, el destino o las leyes de la naturaleza quisieron castigar a un país tercermundista. Si por naturaleza propia ya era Nepal un país pobre, ahora con mayor razón lo es más. Nuestra misión estuvo concentrada en dos aldeas rurales, denominadas como los intocables o parias. En la primera aldea, Sipti, el trayecto fue largo y duro, pero unió al grupo cada día más. Una aldea en la que escaseaba casi todo. Incluso, me hizo retroceder al pasado de los nómadas de Nepal. Allí el grupo sanitario de Cuenca trabajó muchísimo. Lo mismo May, la fisio. Mientras que Germán y yo estábamos atentos para ponernos al servicio de los sanitarios. Es decir, para comprar algunas medicinas, al margen de las que llevamos nosotros. También, para hacer sueros para el lavado de los ojos de muchos pacientes nepalíes. Tras pasar 15 días en Sipti, fuimos a Kabilas, un poblado más conjuntado y evolucionado. Allí también se hizo un gran trabajo, donde conocimos a la enfermera Sunita y al médico Santa. Una experiencia que nunca olvidaré y por la que las gente de las aldeas donde estuvimos estuvieron muy agradecidos con todos nosotros. Un trabajo realizado con amor y mucha ilusión. Un país que supo levantarse con el esfuerzo y sudor de sus habitantes. Por nuestra parte, quedamos satisfechos por el trabajo humanitario que realizamos. Cierto es, que todavía quedan muchas cosas por hacer, pero los ojos de Occidente no quieren ver cómo viven las personas en Nepal. Ellos nos llaman los dioses europeos. Creen que hacemos milagros porque les damos medio paracetamol y se les quita el dolor de muela. Podría contar muchas anécdotas, pero no quiero extenderme mucho más.

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