Creo que fue en 1969. Inauguraban las piscinas de San Telmo, en el Puerto de la Cruz. La primera obra de César Manrique. Actuó Josephine Baker y un grupo recién creado que se llamaba Los Sabandeños. Yo era amigo de César y de Luis Díaz de Losada, que había hecho las obras. Esto fue unos años antes de que se hiciera el Lago Martiánez y unos después de la foto de Los Beatles, que tanto hizo hablar a Nicolás Lemus. Emilio Machado y yo estuvimos en Tahiche, levantando los planos de la casa de Manrique para una revista americana, la de las burbujas y la higuera que asoma su copa en el salón. César estaba en el Puerto, en el Tenerife Playa, y todos los fines de semana nos íbamos a cenar con él a Alfredo’s. Una mañana fuimos a la playa de arenas negras, a hacer una sesión de fotos para Harper’s Bazaar, cuya delegada en Madrid era Betsy Butkley. Estaba Ana Belén, que era una niña encantadora, Miguel Narros, el director de teatro, César, José Luis y yo. En Lanzarote vivía Stanley Seeguer, un millonario americano que le había encargado a Igor Stravinsky un réquiem para el funeral de su madre. Creo que fue Luis Ibáñez el que diseñó una habitación submarina para su casa en Puerto del Carmen. Había muchos arquitectos cuidadosos por allí. Hans Becquer, en Playa Blanca; Fernando Higueras, en Costa Teguise, y Juan Manuel Ruiz de la Prada, que hacía una urbanización en La Santa. Era otra época y todavía en Tenerife no se habían hecho el aeropuerto del sur ni la autopista. En Los Cristianos solo estaba Vintersol, el hotel Moreque, el cine Marino y el hostal Reverón. Nadie hablaba de turismo como el gran enemigo público. César miraba para las cumbres de La Matanza, La Victoria y Santa Úrsula, y decía: “Se lo están cargando”, al ver las casas de autoconstrucción a los lados de los caminos, como una babas blanquecinas, donde aún no imperaban los guachinches. Esos eran los peligros que veía, mientras apostaba por un desarrollo de calidad en el que procuraba ser el principal protagonista. Han pasado muchos años de esto y las cosas no son iguales. No sé si hoy César se habría puesto al frente de una manifestación con tambores, animada por la canción de un rapero gangoso. Indudablemente es otra cultura y son otros tiempos. He visto nacer muchas cosas. Entre otras, un turismo en manos de gente que sabía lo que hacía. Luego vinieron algunos oportunistas a invadir el territorio, como siempre ocurre, y dieron pie a que nos sintiéramos incómodos, pero en una incomodidad donde molesta tanto el mal gusto como el que algunas élites intenten controlar la situación. Nunca estaremos contentos del todo con lo que sucede a nuestro alrededor, porque las reivindicaciones son de todo pelaje. Se mezcla la igualdad con lo medioambiental y en el centro aparece un rechazo a un mundo empresarial y económico. César, en el fondo, era un elitista, como buen artista, y rechazaba las intromisiones como un Jesucristo airado entrando, látigo en mano, al templo de Jerusalén para echar a los mercaderes. Hoy hay muchos que hablan en su nombre y sería conveniente que, en lugar de organizar la algarada, se sentaran a debatir sosegadamente qué es lo que nos conviene planificar o demoler. Todo menos hacer que se imponga el lenguaje de la intransigencia. Para ser intransigente César era irrepetible, pero eso solo se lo podíamos permitir a él. Cuando se meten muchos en la fiesta cada uno saca su bandera y en el tumulto mueren las ideas auténticas que merece la pena defender.