tribuna

La democracia de usar y tirar

Dice el Nobel de Economía Joseph Stiglititz que con Trump es posible que la democracia desaparezca en EE.UU. Los efectos de esta premonición afectarán al resto del mundo, pero también es cierto que Trump tiene una edad y que dentro de poco hablarán las urnas en su país. Con todo el respeto al señor Stiglitz debe haber otras razones para que surjan estas alarmas: quizá sea verdad que la democracia, tal y como la entendemos, necesite un repaso, o una adaptación a las nuevas tecnologías de la comunicación y a las técnicas del control de masas. La democracia se nos pierde entre relato y relato, pero nadie se atreve a poner un parche para que la libertad no termine con la libertad, igual que el ansia devoradora termina con la vida de los que padecen obesidad mórbida. No es un problema exclusivo de los EE.UU., también sus rejos profundos invaden a las sociedades que tenemos más cercanas de una manera que nos resulta insoportable. A veces pienso que se trata de un tema generacional, que consiste en un entramado que no acabo de entender debido a mi obsolescencia y a mi incapacidad de adaptarme a las nuevas modas. Pero no, parece ser algo más de fondo: una especie de expansión del concepto que desborda cualquier previsión de corregirse. No es Donald Trump ni cualquiera de los adalides que vienen a combatirlo. Es un cambio de ciclo que nos afecta a todos, del que todavía no conocemos sus engranajes. En medio está la democracia, a punto de pasar a ser una entelequia, uno más de los recorridos ocultos que ha sufrido a lo largo de la Historia, otra vez alternando la clandestinidad con la corrección para pasar por la etapa oscura de la incomprensión. Sin embargo, no me puedo conformar con esta versión pesimista de la realidad y he de pensar que todavía tiene arreglo, que algo se puede salvar, como siempre dejando en la cuneta las cosas que nos sobran. La Humanidad ha construido una ciencia lo suficientemente desarrollada para protegerse de sí misma. Lo malo es cuando los estudios se dejan en las estanterías y nos dedicamos al ejercicio de poner en práctica los medios alocados que nos son convenientes momentáneamente. Mientras el otro lo haga y le vaya bien yo también lo haré, aunque sea consciente de que le repugne a la mayoría. Estamos en el caso de que sabemos lo que no hay que hacer en lugar de discutir sobre lo que debemos hacer. Es posible que la democracia desaparezca, pero no será la culpa exclusiva del señor Trump. Hay otras demoliciones en marcha. El problema es que el progreso nos obliga a estrenar todos los días. En mi época le dábamos la vuelta a los trajes y nos servían para otra temporada, con lo que tenían trabajo los sastres. También íbamos al colegio con los libros forrados y reciclados de nuestros hermanos mayores. Ahora hemos convertido a la sociedad y a la política en un acto de usar y tirar. La inestabilidad y la incertidumbre se esconden detrás del hecho de no dar la respuesta adecuada a estas cuestiones. Hay demasiada prisa por llegar a no se sabe donde, y siempre que esto ocurre es el anuncio de una catástrofe inminente.

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