El panorama de la prensa nacional es incierto, pero se nota un ambiente de pesimismo nada sano. Nadie está tranquilo mientras el presidente se retira a reflexionar a Quintos de Mora, esa finca que posee el Gobierno para sus meditaciones. Los quintos son tierra donde los colonos ostentan el derecho a llevarse una quinta parte de la cosecha, tienen algo de tierras comunales, por tanto siempre hay un aspecto participativo en esta idea. No creo yo que ese acto de distanciamiento en busca de la luz tenga algo de democrático. Más bien parece una decisión unipersonal propia del que cree ejercer el arbitraje autárquico sobre el destino de los demás. Mejor sería adoptar una decisión colegiada, contando con la organización, que ejecutar la acción unipersonal de subir al monte Sinaí en busca de las tablas de la ley, mientras el pueblo, abandonado, queda a la expectativa de que su líder, el único que tiene hilo directo con Dios, reciba la inspiración que los satisfaga a todos para resistir unos años más. Esta es la demostración de que las decisiones de los órganos democráticos de las asociaciones políticas han sido delegadas, o entregadas sin más, al que ejerce el liderazgo sin discusión. En esto se ha convertido uno de los principales partidos de gobierno en nuestro país. A esto se reduce el debate que muchos no se atreven a emprender voluntariamente. Todos lo piensan pero son pocos los que lo dicen. Se prometió regeneración, pero sin admitir que la regeneración bien entendida empieza por uno mismo. Hay gente que afirma que están atentando contra su inteligencia. Yo no voy a decir tal cosa. La inteligencia es algo muy personal y relativo y cada uno hace con la suya lo que mejor le parezca. Aquí no se trata de listos y tontos. Cada cual debe responder de acuerdo con su conciencia, retirarse a su Quintos de Mora particular y preguntarse si debe seguir creyendo en las cosas que ha creído hasta ahora. Debería hacerlo especialmente sobre los asuntos que otros plantean como dudosos, detenerse a pensar si tienen algo de razón y no mantener esa fe ciega y a ultranza que acaba siempre por perdernos.
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