Por José Fernando Cabrera García.| La factura del déficit de carreteras en la Isla, es un lastre anual de 490 millones de euros, y 450.000 toneladas emitidas de CO2, y es el coste de una congestión evitable, que hipoteca el futuro de la Isla, y la salud de sus ciudadanos. Tenerife se desangra en silencio, cada mañana y cada tarde. No es una hemorragia visible, sino un goteo constante y ruinoso, que fluye de las colas kilométricas de sus dos arterias principales, la TF-1 y la TF-5. La congestión del tráfico, producto de una histórica falta de infraestructuras, y una gestión ineficaz, le están costando a la Isla, una cifra que desafía toda lógica. Con un flujo diario de aproximadamente 100.000 vehículos por cada autovía, y la pérdida de tiempo conservadora, de 15 minutos por trayecto, se convierte en una asombrosa pérdida, de 18.000.000 de horas de trabajo y vida al año. Si ponemos precio a ese tiempo, a un modesto coste de 15 euros la hora, y un ocupante en vida laboral activa por vehículo, el coste de la pérdida de tiempo, se dispara a 270 millones de euros anuales. Pero el disparate no termina ahí. Esas 18 millones de horas de motores al ralentí o a bajo rendimiento, queman combustible de forma ineficiente. Concretamente, 180 millones de litros de combustible adicionales que al precio medio de 1,224 euros/litro, añaden 220.249.800 euros a la factura. La suma de ambas pérdidas revela la verdadera magnitud del desastre económico, casi 500 millones de euros volatilizados. El impacto ambiental es igualmente devastador. La combustión de esos 180 millones de litros de gasolina y diésel libera a la atmósfera 450.000 toneladas de CO2 extra cada año. Para poner esta cifra en perspectiva, solo las colas liberan el 10% del total de las emisiones de CO2 de la Isla. Otras comparaciones son aún más sangrantes, el CO2 generado por estas colas equivale al que producirían 375 hoteles de 4 estrellas con 200 habitaciones operando a un 80% de ocupación. Es decir, el equivalente a la huella de carbono de la práctica totalidad de la planta alojativa hotelera y extrahotelera de la Isla. Más allá de los balances económicos y medioambientales, existe un coste humano incalculable. El estrés crónico, el deterioro de la salud, y la renuncia de ciudadanos a aceptar puestos de trabajo, incrementando el paro, son una realidad que frena la productividad y el bienestar. Lo más grave de esta situación de parálisis administrativa que la perpetúa es que teniendo en cuenta que el costo estimado para finalizar todas las carreteras pendientes en Tenerife es de 1.500 millones de euros su ejecución se amortizaría en tres años. Estamos, literalmente, quemando el dinero de la solución en el propio problema. Esta inacción tiene, además, consecuencias políticas y financieras severas, la no ejecución de los presupuestos anuales previstos para infraestructuras, por ineficacia en la gestión, no solo encarece las obras futuras por la actualización de precios y los cambios legislativos, peor aún, debilita la postura de Canarias, en la negociación de futuros convenios con el Estado. Permitir esta sangría económica, medioambiental y social es, sencillamente, inaceptable. Los ciudadanos de Tenerife no se lo merecen y no pueden permitirse el lujo de pagar una fortuna por un problema cuya solución es más barata que el propio coste de mantenerlo.
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