Resumir en pocas líneas una vida que ya supera los noventa años es una pretensión que siempre se moverá en el mundo de los imposibles. Es lo que pasa si se pretende hablar de Elfidio Alonso Quintero, nombrado hace unos días Hijo Adoptivo del municipio herreño de Valverde. A pesar de este insalvable obstáculo, me atrevo a describirles algunos rasgos de un Elfidio más íntimo, descargado de las etiquetas convencionales, aunque no resulte fácil el intento. Este Elfidio del que les hablo ha compartido innumerables almuerzos y sobremesas kantianas con amigos, y con una larga familia que ha ido germinando a lo largo del tiempo. En esos encuentros familiares el director eterno de Los Sabandeños es silencioso cuando se tercia, y gran conversador cuando la ocasión lo requiere.
Prefiere que tomen la palabra los nietos y bisnietos. Con ellos se ríe y comparte recuerdos, frases poéticas que hablan de duendes de lagares, y de una luna tucumana que sirve de candil en las noches oscuras. Los Sabandeños es su gran obra. Una obra en movimiento, trenzada con voces, timples, laúdes y bandurrias. Y como toda obra artística refleja ecos de lo que no se ve, de una búsqueda sin tregua a través de lo popular que, como apunta María Zambrano, es también una ruta que nos conecta con las respuestas definitivas de la vida. Jamás lo he oído hablar de las postrimerías. El sabio nunca piensa en la muerte, según Baruch Spinoza. Elfidio sigue centrado en el presente, porque no le preocupan los asuntos que no dependen de él.
Parece que es, sin saberlo, un discípulo avanzado de Musonio Rufo, uno de los grandes del pensamiento romano. La apertura hacia lo nuevo lo ha mantenido joven, en diálogo con el ahora, y atento a la actualidad que lee con avidez a diario en los periódicos de papel. La esperanza me mantiene, me ha dicho Elfidio alguna vez agarrado a la copla popular. Si no, claro, no se entendería la misa sabandeña, que vaya a todas las Bajadas de la Virgen de los Reyes, y que moje a escondidas el dedo pulgar en el agua de la benditera, para dibujar la señal de la cruz en la frente cada vez que sale a la calle.

