después del paréntesis

Las tumbas

El nuevo surtido de arqueólogos en Canarias, de las dos universidades unidas, han de confirmar un supremo hallazgo: la tumba de Menelao y Helena. Menelao fue hermano de Agamenón, el soberano de Micenas, el rey de los hombres, constató Homero. Cuenta la historia su pertenencia a la familia de los atridas. Vivieron la contienda de Egisto y Tiestes (padre e hijo) contra Atreo al que mataron. Micenas con nuevos dueños. La corte era un incendio. La nodriza de los niños decidió: salvarlos. Los sacó de la ciudad y el rey de Esparta, Tindáreo, los agasajó en su corte. Crecieron y como sabían que un reino les pertenecía, regresaron a la patria. Agamenón era el mayor y se convirtió en rey. Menelao volvió a Esparta donde asimismo reinó. Y de la ciudad de los intrépidos salió lo que el destino mostró: contestar a la afrenta de París, el intruso que penetró en sus murallas, vio, se enamoró de su bellísima esposa Helena, obtuvo respuesta de la elegida y escaparon hasta Troya. El ofendido buscó a su hermano y Agamenón cumplió como el supremo jefe militar que era.

Aportó innumerables guerreros y cien naves. Menelao no se quedó atrás. Mil ciento ochenta y otros tantos barcos surcaron el Mar Egeo camino de la destrucción. Con la adición de los héroes supremos (Aquiles, Odiseo, Ayax, Patroclo…) la guerra se prolongó. Diez años. Al final la victoria del ofendido. Menelao frente a frente con el que sustituyó a Paris como marido de… Sacó la espada de la vaina; no lo perdonó. Ante ella guardó el arma en el cinto. Vuelta triunfante. Y dos posiciones distintas en el regreso. Uno, el rey de los hombres en pro de su amada con fiesta de bienvenida y felicidad. Pero él y la esclava Casandra, la hija de Príamo, cayeron ensartados por los puñales de su Clitemnestra y del amante Egisto. Reinaron en Micenas hasta que Orestes, el único hijo varón de Agamenón y de la esposa asesina, el niño que hubo de huir por temor a su madre, con su vuelta al país ocho años después decidió: la muerte de Egisto en venganza de lo perpetrado a su padre. Dos: Menelao. Imposible el desquite con Helena. Se reconcilió y tuvo más hijos con ella. Con premio incondicional.

Imposible separarse de la divina. Por tal actitud, la diosa Hera los envió a vivir la suma felicidad en los Campos Elíseos (en Canarias), el refugio prominente, fúlgido, armonioso y primordial de los grandes. Y esa es la labor arqueológica que nos queda a los que vivimos aquí, sumos expertos a su alcance: buscar la tumba de los supremos para mostrarle al mundo que Helena no solo visitó Troya sino que anduvo entre nosotros. Si lo logramos, Homero nos acompañará de nuevo y rematará sobre nuestras conciencias el sueño proverbial de la eternidad.

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